miércoles, 12 de octubre de 2011

El increíble apuro de un avión común.


Escenificación pictórica de un grupo de aviones comunes en vuelo. La imagen corresponde a una de las puertas de los armarios existentes a lo largo del pasillo hacia La Capilla Sixtina en el Museo del Vaticano.

Hice el servicio militar hace unos cuantos años, cuando era obligatorio, en Hoyo de Manzanares. Un pueblo situado muy cerca de la Sierra de Guadarrama. El tiempo que allí estuve, no lo dediqué a romperme la cabeza, sino a disfrutar del paisaje portentoso de este lugar. Sus pinares de silvestre, robledales, encinares en su cota más baja y, arbustos de alta montaña y pastizales en su zona más alta conformaban mi nuevo mundo durante un año por delante. Todo un mural acogedor de pura naturaleza. Ya en la primera guardia nocturna en el almacén de armamento, recuerdo la presencia de un enorme pastor alemán al otro lado de las vallas, sí, enorme. Las ondas sonoras de los ladridos impactaban contra mi pecho por su voz grave y audible, por no hablar además, de su aserrada dentadura.-Yo no voy a entrar ahí, le dije al cabo primero. El me contestó que no pasaba nada, que el perro estaba acostumbrado a los uniformes. Me introduje con muchos peros, y, en efecto, el cabo tenía razón; en un descuido, el perro puso sus manazas sobre mis hombros y me dio un lametón en el que agradecí por cierto, que estuviera de mi parte. Pasé muchas guardias sobre la nieve de aquel gélido invierno corriendo de un lado a otro en compañía del perro. Todo era por entrar en calor físico, el amable, ya me lo daba él todos los días.


Imagen: Wikimedia Commons.

No voy a extenderme más con el gran compañero canino. Destacaré por otra parte, la gran oportunidad brindada gracias a las horas de guardia, dedicadas entre otras cosas a observar los aleros de los edificios del cuartel, que ya en el mes de marzo se llenaban de aviones comunes (Delichon urbica). Ellos ocupaban también mis ratos libres. El avión común es un excelente volador. Explota para alimentarse el estrato aéreo superior al de la golondrina común (Hirundo rustica) e inferior al del vencejo común (Apus apus). Es en el aire donde se alimentan capturando con gran precisión todo tipo de minúsculos insectos voladores. Sus nidos son construcciones sólidas y, precisamente, fueron ésas construcciones las que alertaron mi atención cuando observé la desesperación de los aviones frente al oportunismo de los gorriones (Passer domesticus) que buscaban alojamiento sin esfuerzo constructor.


Imagen: Wikimedia Commons.

Terminar un nido nuevo les puede costar aproximadamente una semana, y menos tiempo, a los afortunados que han tenido la suerte de tener escasos desperfectos. A contrarreloj, trataban los aviones de finalizar los habitáculos de barro donde anidar, cerrando ajustadamente la entrada para impedir a los gorriones, más corpulentos, el acceso fácil al interior. Alguna pareja de estos hirundínidos atareados en el remate del nido eran despojados de él cuando éste tenía la abertura adecuada para el cuerpo de los gorriones. Había gorriones decididos a quedarse pese a las protestas de sus dueños, e incluso, a la protesta de la comunidad. No todos soportaban la presión hostigadora de los aviones, más de uno abandonaba.


Imagen: Wikipedia.

Era en otras ocasiones, un exhaustivo ir y venir por parte de aviones y gorriones al mismo nido; los primeros para cerrar la entrada y los otros para rellenarlo de finas hierbas. Si un gorrión conseguía entrar a pesar de la estrechez de la entrada, la incomodidad de esta le inhibía tanto que abandonaba la idea. Ésta era la pesadumbre bélica de los aviones contra los gorriones expoliadores de nidos. Si de una oquedad asomaban hierbecillas, era segura la ocupación del nido por parte de los usurpadores. Así pasaba mis días de militar, intentando no perder detalle de toda esta trama tan interesante de la biología del avión común. Después de incubar los cuatro huevos de promedio en los nidos de estas golondrinas y culminar las dos puestas realizadas en muchas parejas por temporada (hasta tres en el sur de la península), los grupos familiares se fueron congregando en el cielo, y los jóvenes, a medida que abandonaban los nidos fueron alimentados en el aire por los adultos.


Imagen: Wikimedia Commons.


Imagen: Wikimedia Commons.

Mas tarde, con el paso de las semanas, fueron alineándose a lo largo de los cables de luz día tras día. Ya en octubre, acentuándoseles más si cabe el ardor migrador, su nerviosismo se dejaba notar. No podía saber, sólo sospechar, cuándo emprenderían la marcha hacia sus cuarteles africanos de invernada. Sólo podía apreciar que sus reservas de grasa para el viaje estaban prácticamente colmadas. Que su tejido adiposo estaba rebosante para proporcionarles ése depósito de reservas con que afrontar el duro viaje. Dice Wolfgang Goymann del Instituto Max Planck de Ornitología (Alemania) sobre las currucas mosquiteras más gordas, “que son capaces de hacer paradas más cortas para recuperar las grasas perdidas durante el viaje anual hacia sus lugares de nidada. Esto proporciona notables ventajas en el caso de no hallar suficiente alimento para recuperar el nivel óptimo de reservas en la siguiente escala”. Las que vienen más justas de grasas, pueden sucumbir intentando proseguir el viaje o, carecer de fuerza necesaria para esquivar con soltura a sus depredadores. Tras haber visto las cadenas de aviones abarrotando los cables, no fue hasta la mañana siguiente cuando descubrí que éstos y el cielo estaban ya totalmente vacíos.


Imagen: Wikipedia.

Diez años después, trabajando para una empresa de pintura, enmudecí ante un hecho anecdótico sin precedentes. Fue bajo un edificio de ocho plantas, pintado en su parte superior cuyos andamios ya se desmontaron hasta la segunda planta. Había una parcela abandonada que fue utilizada en su día como gallinero, con unas conejeras de obra en el costado del edificio. Se accedía a la fachada por las escaleras verticales de los cuerpos del andamiaje, coincidiendo en la travesía con un nido de avión común adherido al alero del conejar a unos tres metros de altura. Un único pollo moraba su interior, asustado seguramente por mi presencia repentina al trepar por el andamio. Advertidas mis molestias por el pollo, accedí por la otra escalera del andamio dos metros más apartada. Una nube establecida de alborotadores aviones sobrevolaba el lugar y parecían visitar repetidamente al único ejemplar que aún quedaba en el nido. El cambio de material para reparar la fachada me obligaría a subir y bajar repetidas veces, y el ave, no cesaba de forcejear. Jamás vi un grado tan alto de desesperación. No era normal la escena, lo digo porque el joven avión, pese a la distancia de mi persona, arremetía contra el hueco de salida preso de su impotencia.


Imagen: Carlos García. Rincón de la Victoria (Málaga) Vía: www.fotodigiscoping.info

La tercera vez me detuve mirándolo fijamente, desazonado. Sospechaba que algo no funcionaba correctamente en la conducta del pájaro, tal vez alguna irregularidad en su sistema nervioso o, porque no, la imposibilidad de salir del nido por el perímetro tan ceñido de la entrada. Decidí acercarme para comprobarlo de una vez, y evitarle de algún modo, aquella angustia tan exasperada. Frente a él, contemplé cómo se golpeaba una y otra vez contra los bordes de la entrada, muy estresado, intentando abrirse camino. Tenía como los piquituertos las mandíbulas cruzadas, desajustadas y manchadas de barro seco al golpearlo. Tiré presionando con los dedos de un fragmento del nido, y por fin, el ave salió impulsada a gran velocidad, se posó en el solarete de un balcón y desapareció. Minutos después, todos los aviones de la colonia desaparecieron con él. Recordando retrospectivamente las colonias de Hoyo de Manzanares, reconocí la coincidencia de dos factores incompatibles; el excesivo ajuste de la entrada para evitar el abordaje de los gorriones al habitáculo de barro, y la necesidad de acumular grasas antes de abandonarlo. Cuando un joven avión abandona el nido es capaz de volar sin aparente problema. La dificultad de nuestro protagonista fue, entre otras cosas, la pereza para abandonar el cómodo reducto atendido por los progenitores. En muchas especies, los adultos incitan a sus pollos a abandonar el nido portando presas con objeto de estimularlos para concluir su estancia en el mismo, o también, espaciando las cebas.

domingo, 2 de octubre de 2011

Grajilla (Corvus monedula): cultura aprendida



Los córvidos dentro del orden de los paseriformes, incluyen a varias especies nidificantes en la península ibérica: cuervo (Corvus corax), corneja negra (Corvus corone c.), graja (Corvus frugilegus), urraca (Pica pica), chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) y piquigualda (Pyrrhocorax graculus), rabilargo (Cyanopica cyanus), arrendajo (Garrulus glandarius) y grajilla (Corvus monedula). Estas aves, están representadas en un total de 120 especies distribuidas por todo el mundo. Todas ellas destacan por su gran capacidad oportunista e inteligente, facultándolas para ocupar todo tipo de hábitats con un éxito sorprendente. Siempre tendré en mi memoria a estos córvidos como seres increíbles gracias a su gran riqueza gestual, propia de la cultura adquirida en sus comunidades fuertemente cohesionadas.

Recuerdo desde siempre en las grajillas, sus escandalosas manifestaciones de alarma. Alertaban al resto de aves y se cebaban conmigo tratándome como a un depredador más mientras intentaba observar cernícalos, mochuelos y demás pajarillos de los taludes. Volaban sobre mi cabeza, hostigándome alarmadas al caminar cerca de su zona de nidificación en las terreras. Otras veces, bastaba encontrar un grupo reposando en algún árbol, acercarme unos pasos para contemplarlo y, la más atenta, graznaba con una voz áspera y chirriante que alertaba a las demás. A continuación, tras captar todas el aviso de peligro abandonaban el emplazamiento. El lazo de unidad de todas ellas ante sus posibles y potenciales enemigos era un valor adquirido gracias a la eficaz enseñanza de padres a hijos.

Konrad Lorenz, Premio Nobel de Fisiología y Medicina 1973 y etólogo universal, fue un apasionado y gran estudioso del comportamiento animal. Entre sus laboriosas dedicaciones, logró con la cría en cautividad de ejemplares de grajilla formar una colonia reproductora, y de ella, servirse el autor para sacar a la luz una larga e interesante serie de datos curiosos e importantes sobre la psicología de esta especie gregaria. Cuenta Lorenz que, los jóvenes de grajilla carecen de la base innata para reconocer a cada uno de sus enemigos naturales. Y, gracias a una elaborada conducta de atención y aprendizaje recibido activamente de los adultos mediante sus enérgicos gritos de alarma, imprimen en la tierna memoria juvenil importantes y vitales pasos preventivos para evitar y anticiparse al amplio abanico de predadores. Así también, cuando un congénere es capturado por un ave de presa, se congregan estas negras aves graznando sin cesar en torno a ella, con objeto de incomodarla, de hacerle ver que la captura de uno de sus miembros no va a ser en vano. Va a suponerle un incordio tan insoportable que no lo inolvidará o, lo pensará dos veces cuando se le presente otra ocasión. Esta conducta de emitir voces ásperas y escandalosas es extraordinariamente contagiosa entre los córvidos frente a sus captores. Está claro que les resulta rentable y, posee un incuestionable valor para mantener la especie.


El joven, en la izquierda, siempre está atento a las maniobras del progenitor. Los jóvenes permanecen en el grupo familiar durante un año en el que son educados convenientemente. Sus mejillas y nuca no tienen el llamativo gris plateado de los adultos. Son reproductores al segundo otoño.



Apunte de campo: 7- 2 -2010

Una blanquecina capa de escarcha cubre los campos de alfalfa ya cortados. Tienen estos, altos aspersores de casi dos metros de altura, y están ocupados a modo de atalayas por ratoneros (Buteo buteo), aguiluchos laguneros (Circus aeruginosus), cernícalos (Falco tinnunculus) y alguna garza real ( Ardea cinerea). El objetivo de estas aves es, indudablemente, la captura de topillos y otros micromamíferos. En unos pequeños cortados de arenisca, las grajillas ya se interesan por los nidos, ocupándolos para adecentarlos reparando los desperfectos. Vuelan de un lado a otro pero, ya no les presto atención.
Sigo observando el bullicio de las aves en un día soleado muy agradable. Es así hasta que escucho un desgarrador graznido de grajilla procedente de un viejo chopo semiseco y deshojado, un graznido que, como el fuego, se expande al resto del bando. Hago uso de los prismáticos con la idea de encontrarme a uno de estos córvidos en las garras de un azor (Accipiter gentilis). Me acerco más, por que no distingo a ningún azor y, repito la operación hasta que me siento. No hay ningún azor en el escenario y el griterío es infernal ¿Qué ocurre? No logro entenderlo por más que observo detenidamente. Parece que gritan alrededor de un congénere, quizá sea de otra especie o haya trifulca entre ellos…no sé, la curiosidad me está matando. Es cuando se mueven algunos ejemplares dejando un especio visible, el momento en el que distingo a una grajilla con un ala trabada en una gran rama caída sobre otra. El ave no sé como ha logrado acuñar su ala entre la cruceta de ramas pero, no cesa de gritar desesperada, y las demás, aunque no entienden quizá porqué gritan, se ven poseídas por esa voz solidaria aprendida de sus progenitores por imitación. Personalmente, no puedo hacer nada, si me acercara más, provocaría el pánico en la infortunada grajilla y podría romperse el ala al forcejear. Así que, espero pacientemente. El bando la acompaña en todo momento, y por fin, logra zafarse de la mal caída rama, entonces, abandonan todas juntas el chopo desmochado.

Entiendo cuando dice el genial etólogo Konrad Lorenz: “Resulta difícil imaginar qué tipo especial de vivencia experimentan, y que va asociada, sin duda, a una actividad instintiva que ha dejado una emoción profunda. Nuestros afectos –ira, odio, miedo- sólo se pueden comparar de una manera relativa con los correspondientes o análogos de los animales. No sabemos lo que experimenta la grajilla, pero no cabe duda de que esta vivencia es algo específico, con una enorme carga emocional. Esta ardiente emoción se graba en la memoria del animal, de manera increíblemente rápida”.

La voz de alarma heredada desde generaciones por aprendizaje, tiene una impronta tan indeleble que, como podemos apreciar por el contagio de sus voces, llega más allá del claro ejemplo de hostigamiento hacia sus enemigos, pudiéndose interpretar también como de apoyo o de ánimo en momentos de peligro de cualquier índole.


La chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) izquierda, y la grajilla (Corvus monedula) derecha, son muy diferentes en aspecto y morfología, sin embargo, comparten la misma inclinación insectívora y la de utilizar oquedades de cortados rocosos, terreras e interiores de casas abandonadas. La chova es más habitual ocupando roquedos fluviales y la grajilla taludes esteparios. Sus reclamos tienen un apreciable parecido, siendo el tono más agudo en las chovas y, más grave en las grajillas.


Una mirada incisiva a través de unos ojos tan llamativos, advierten de la presencia de un posible enemigo (imagen izquierda); seguidamente el córvido, pegando las plumas al cuerpo, se agacha levemente y comienza a emitir un graznido áspero, sonoro, molesto y de larga duración. Entonces toda la vida alrededor, además del grupo, se pone en guardia.

domingo, 25 de septiembre de 2011

ADORMIDERA (Papaver somniferum)



Conozco una zona al pie de un enorme farallón calizo que está lleno de cadáveres de pinos, tumbados, como si los hubiese derribado un huracán. Tiene la pared vertical unos 180 metros de altura, y los desprendimientos esporádicos generan dentro de un espacioso radio de acción la caída de una cantidad de pedruscos de tamaño considerable. Son capaces de mellar y desencajar a cualquier árbol osado que haya desafiado crecer en esa zona restringida, por cierto, con tierra muy fértil. Gracias a la devastadora caída de piedras, los rayos de sol penetran en este lugar a su antojo, estableciéndose sólo las plantas de crecimiento rápido y de vida corta. Una de ellas, con esos pétalos enormes y llamativos de amapola violácea, es la adormidera (Papaver somniferum). Cuando las vi por primera vez, apenas quedaba algún ejemplar con pétalos; sólo había un par de ellos que tenían dos y, batidos con fuerza por el viento. Florecen entre junio y agosto pero, hay que acertar “cuándo exactamente”. Así llevo cuatro años llegando temprano o tarde, como en ésta última ocasión donde las fotografié sólo con los frutos.

Es una planta con una altura de metro y medio dependiendo quizá de los factores meteorológicos de cada año; éste por ejemplo (en el lugar descrito), los tallos apenas superaban los 50 cm. Sus tallos son simples o ramificados; con hojas grandes, alargadas y con lóbulos. Las flores son hasta 10 cm de ancho y compuestas por cuatro pétalos de color lila, violáceo y rara vez blanco. Cuando se desprenden los pétalos, las cápsulas que alojan las semillas aumentan su tamaño haciéndose esféricas.



“Toda la planta contiene látex blanco y de él se extraen más de 30 alcaloides, sobre todo morfina, codeína, papaverina, tebaína y otros. Como droga suele utilizarse el látex reseco (opio).
En medicina: se utiliza el opio y sus elaborados en casos graves de diarreas y para la paralización intestinal después de operaciones. El alcaloide puro, la morfina, se usa sobre todo, en casos de dolor muy intenso, la codeína para paliar fuertes ataques de tos, la papaverina en los espasmos en la región gastrointestinal y de las vías urinarias y biliares.

De acuerdo con la ley de estupefacientes, está prohibido y castigado el cultivo y posesión de drogas y alcaloides puros”.

Fuente: guía de Plantas medicinales (Dieter Podlech).


Cápsula de amapola (Papaver rhoeas) izquierda; y a la derecha, de adormidera (Papaver somniferum).


Bajo la enorme cápsula globular, una araña cangrejo (Xysticus cf. Cristatus) colgada, colocada; bueno, acechante, aguarda dispuesta para sorprender a algún invertebrado incauto que se acerque demasiado.


Detalle de las aberturas con las membranas bajadas por donde escapan las semillas cuando el viento agita la planta, sobre todo, violentamente.


Entre los pinos abatidos y secos, un ejemplar de (Pyronia tithonus) se solea a primeras horas de la mañana.


Flores de adormidera cogidas prestadas del blog "Plantas medicinales" (qué remedio), del que os adjunto su página para más información acerca de esta peculiar planta tan apreciada.
http://www.uv.es/sebem/wpm/adormidera.html

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Agua...

 
Zorzal charlo (Turdus viscivorus). 

La vida sobre la tierra apareció en este medio líquido, y después de muchos miles de años de evolución biológica, aparecieron las primeras muestras de vida terrestre. Aunque muchos seres se adaptaron fuera de los primitivos océanos, nunca se independizaron del todo del agua, la necesitaban como un alimento más y elemento vital y regulador de sus funciones vitales. Sus tejidos están formados entre otras cosas por agua, constituyendo en los animales entre un 60% y un 70%, y en las plantas ocurre lo mismo, entre el 75% y el 90% de su peso es agua. 

El agua es indispensable para la vida. El agua, nos devuelve cierta paz interior cada vez que nos situamos frente a ella, disfrutando de su transparencia, de su sonido y de su inmensidad, sobre todo, al encontrarnos frente al mar. Muchas veces, mientras nos hallamos descansando cerca de la orilla de cualquier fuente de agua, podemos descubrir cómo el resto de seres vivos compañeros de este planeta se acercan a por su dosis acuosa vital. Toman, eso sí, toda suerte de precauciones, dado el riesgo que conlleva despistarse ante el posible ataque de cualquier depredador acechante. Si somos pacientes y sigilosos, veremos multitud de facetas curiosas sobre la utilidad que del agua hacen las aves.

 
Hembra de ortega (Pterocles orientalis).

 
Hembra de ganga (Pterocles alchata) sumergiendo el vientre al beber. 

Existe cierta controversia sobre la capacidad de los pteróclidos de transportar agua con su plumaje mediante la esponjosa absorción de sus plumas. Se cree que gracias a ello, los adultos de ganga y ortega son capaces de llevar a sus pollos agua empapada en las plumas ventrales desde largas distancias. El calor, la fricción del viento y la agitación del vuelo, hacen bastante improbable que logren llegar con el plumaje húmedo hasta los pollos. Personal y modestamente creo, que debido a las altas temperaturas que soportan de hasta 60 grados tumbadas sobre el terreno estepario durante el estío, es comprensible que estas aves alivien esa zona tan castigada por el calor sumergiéndola placenteramente mientras beben. Quién haya visto la expresión facial de estas aves al contactar con el agua, comprenderá el sentido del comentario.

 
Lo que en el cielo azul sería la silueta de la carraca; en la estepa parda, es el plumaje de la terrera común (Calandrella brachydactyla).

 
Joven del año de cogujada común (Galerida cristata).

 
Calandria (Melanocorypha calandra).

 
Hembra de escribano soteño (Emberiza cirlus).

 
Macho de verdecillo (Serinus serenus). Precaución o coquetería. Se puede desconfiar sin duda, de los enemigos que pueda haber incluso en el interior del agua. Pero, también se puede uno mirar para comprobar el estado del plumaje o el aspecto general. 

 
Por supuesto, después de apreciar en el espejo el mal estado del plumaje, se procede al lavado inmediato. Para las aves es de vital importancia el buen estado de las plumas. Una hembra de verderón (Carduelis chloris) iniciando el baño.

 
Es importante el factor de acompañamiento para eliminar riesgos innecesarios. A partir de dos ejemplares se puede beber tranquilamente mientras otro vigila la presencia repentina de algún depredador. Hembra y macho de pardillo común
(Carduelis cannabina).  

Gorrión chillón (Petronia petronia).

domingo, 4 de septiembre de 2011

Tarabilla común (Saxicola torquata)



Acabándose el período estival, los tonos negruzcos de los machos se desvanecen volviéndose parduzcos.

El sábado pasado, llegué hasta la laguna aragonesa cuyo nombre comparte con el pueblo de Gallocanta. No era un día especialmente caluroso, más bien algo fresco. La primera imagen, de efecto impactante, fue ver la extensa cuenca de la laguna endorreica completamente vacía, blanquecina por la salinidad del terreno. Espero que la meteorología cumpla puntualmente con el ciclo estacional de lluvias que hidraten a este importante humedal. Si se cumple, los deseados aguaceros colmarán para beneficio de las aves viajeras otoñales e invernantes toda la superficie inundable de la laguna, lugar de descanso y recuperación.

No era precisamente la visita a este lugar el único objeto de mi desplazamiento, sino además, la observación del elanio azul (Elanus caeruleus) que, el sábado anterior, tuve la fortuna de ver junto a un nutrido grupo de cernícalos primilla (Falco naumanni). Aposté por el mismo lugar donde lo observé anteriormente y, la espera, fue larga. Fue tan larga que, con el cansancio acumulado de la semana debido al demoledor trabajo quedé tieso, sobado, anestesiado, totalmente dormido, tan dormido que, cuando desperté, sólo disponía del tiempo justo para volver a casa.

Pero no fue en vano el viaje, no, porque a pesar de la cabezada, pude disfrutar por el camino de varios ejemplares de tarabilla común (Saxicola torquata). Si, muy común, pero nunca monótona de observar. Me gusta este pequeño paseriforme, de contrastes definidos, anulados a su antojo dependiendo de la conveniencia de exhibición ante congéneres, hembras o depredadores. Es el pájaro de las atalayas, sean estas con forma de árbol, arbusto, matorral o tallo seco, siempre elevadas, altivas, aunque sean metálicas. Desde estos oteaderos ejecutan lances fugaces para capturar insectos, sus presas más habituales.





Una racha de viento sorprendió a este macho de tarabilla, alborotándole el plumaje. Mientras lo miraba, esperaba resignado a que su reacción inmediata no fuera la de abandonar la percha de hierro.


Y, dentro de las expectativas, con notable elegancia, no tardó en girarse para mantener las plumas ordenadas de cara al viento.


Joven del año en un paisaje habitual de la llanura agostada.


Arriba en el lado derecho se aprecia el elanio azul; más abajo y a la izquierda, un cernícalo primilla.
De eso se trataba precisamente el viaje de este sábado, de verlo más ampliado, pero…

domingo, 28 de agosto de 2011

Dedalera negra (Digitalis obscura)



La abeja es una polinizadora de gran importancia tanto para los cultivos como para la naturaleza. Su desaparición haría bajar el rendimiento de la agricultura, peligrando especies de plantas cuyo único medio polinizador es, precisamente, el de las abejas. Según el Parlamento Europeo, “el 76% de la producción de alimentos y el 84% de las especies de plantas dependen de la polinización que realizan las abejas”.



La utilización de pesticidas redujo considerablemente gran parte de la población de abejas y de otros insectos polinizadores, debido a que sus efectos químicos influyen supuestamente en los parámetros de orientación de estos insectos. Aunque estas hipótesis requieren periodos largos de estudio como sostienen algunos expertos, las consecuencias nefastas de los venenos son tanto o más nocivas que las de otros factores, como el de la infección por hongos o la acción de los ectoparásitos entre otras.



La dedalera negra o digital oscura, es una planta perenne de la familia de las Escrofulariáceas de hasta 80 cm. de alto. Los tallos tienen la cepa leñosa con tono rojizo. Las hojas se disponen en la parte alta del tallo, son lineares o lanceoladas, su borde es entero, pudiendo medir hasta 10 cm. Las flores son péndulas uniéndose en racimos a un lado del tallo, son tubulares de hasta 3 cm. de largo y de color anaranjado, estando el cáliz dividido en 5 segmentos, torcidos en el extremo. Florece en primavera y verano. En el Valle del Río Mesa es común, pudiéndola encontrar en los terrenos pedregosos y áridos frecuentemente en umbría.
Es un estimulante cardíaco, pero es planta tóxica que puede ser muy peligrosa.


Sistemática:

Reino: Plantae
División: Magnoliophyta
Clase: Magnoliopsida
Orden: Lamiales
Familia: Plantaginaceae
Género: Digitalis
Especie: D. obscura