sábado, 9 de abril de 2011

Cabras de los montes



Sólo el paso de los años avala las vivencias que, por desgracia, protagonizan especies y subespecies desaparecidas en un pasado irrecuperable, convirtiéndose en valoradas joyas del recuerdo personal de cada uno.
Cuando miro los rebaños de cabra montés (Capra pyrenaica hispánica), el recuerdo se pone en marcha. Aprovecharé para ello, y agradeceré otra vez más, la oferta fotográfica que Javier Abrego García a puesto a mi alcance.



Quiero remontarme al cuatro de octubre de 1981, si no os importa el desfase de este notorio salto en el tiempo, para presentaros el aspecto acogedor de aquel maravilloso día acaecido en el otoñal paisaje del Valle de Ordesa (Huesca). El fin de semana fue insistentemente lluvioso, las nubes muy espesas y bajas apenas permitían el acceso de la luz del sol, que no apareció hasta el domingo por la tarde. El único coche que había en la explanada del parque nacional era un Renault 4 amarillo, el nuestro, mitigado su color por la aureola dorada general del bosque caducifolio, dispuesto en breve a despojarse de su fronda polícroma. Aquel día estaba todo el Valle de Ordesa entregado al otoño, y todo para mí. Con prisa, por la hora tan avanzada y el escaso margen de actuación del que disponía a causa de la intensa lluvia, no me quedaba más remedio que apresurarme y aprovechar al máximo el tiempo restante y disponible. Fui dejando el río Arazas a medida que ascendía entre portentosos ejemplares centenarios de hayas muy frondosas, formando un bosque muy cerrado. Dejé atrás los pinos negros donde fui sorprendiendo a los sarrios más despistados que habían descendido a cotas más bajas. En el descansillo próximo a las clavijas, miraba prendado el inmenso despliegue del arco iris provocado por la infinidad de minúsculas gotas de agua en suspensión e iluminadas por los rayos del sol de la cascada de Cotatuero en su vertiginoso desplome. Sobre las escasas nubes que tropezaban con las cumbres rocosas, volaba batiendo sus alas con energía el quebrantahuesos. La subida por las clavijas incrustadas en la roca que un herrero de Torla colocó para facilitar la cacería de sarrios y bucardos, me permitió llegar hasta el piso final y extenso, donde reposaban tumbados varios ejemplares de rebecos dispersos. Y, junto a la agrisada pared rocosa descubrí por primera vez y, a escasos metros, al inquieto treparriscos. Captó mi atención la intermitencia de sus alas mientras trepaba verticalmente, destellando el carmesí de sus alas en movimiento y, los lunares blancos sobre el fondo negro de sus rémiges. Permanecí inmóvil, observándolo con la respiración contenida. No era para menos.


La descomunal mole pétrea de la Fraucata se teñía de oro a medida que el sol perdía su fuerza bajo el horizonte irregular. Solamente quedaba tiempo para ver unos escasos edelweiss marchitándose.
La luz escaseaba y, había que trazar de nuevo la peligrosa travesía de la sirga y las clavijas sobre el abismo. Con sumo cuidado y sin apresurarme, cumplí los pasos correctamente. Ganado el trayecto hasta alcanzar el mirador de la cascada de Cotatuero, escuché entonces, un estallido tremendo que el eco dispersó por todos los canales del cañón. La fuerza del impacto no se me olvidará jamás. Fue repitiéndose a intervalos irregulares, pero el eco, los distorsionaba de tal manera que me resultaba imposible localizar su procedencia. Buscaba con agitación y ansia desmedida, sabía quién producía aquel atronador sonido de impacto tan descomunal; sabía que no era otro animal que los machos de bucardo, la cabra montesa del Pirineo. Estaban batiéndose duramente chocando sus testuces y, el topetazo, retumbaba en todo el espacioso valle. Cuando por fin cayeron unas piedras, mi vista se giró súbitamente en dirección al Espolón del Gallinero pero, desgraciadamente, el ángulo de visión no me favorecía. Supe que allí arriba, los últimos ejemplares de (Capra pyrenaica pyrenaica) se batían en una lucha más allá de la ampliación de su harén, era la lucha por la supervivencia. La lucha que perdieron en el año 2000 cuando se encontró finalmente al último ejemplar muerto; una hembra. El último representante de esta interesante subespecie curtida en los fríos inviernos de esta fantástica formación geológica. El recio bucardo acorralado en Ordesa, perdió la batalla contra la miseria humana.



El bucardo: http://es.wikipedia.org/wiki/Capra_pyrenaica_pyrenaica

Cabra montés: http://es.wikipedia.org/wiki/Capra_pyrenaica

miércoles, 30 de marzo de 2011

Tres águilas perdiceras menos...


Hembra de águila de Bonelli (Aquila fasciata) en vuelo. Es uno de los ejemplares muertos de la pareja de Valmadrid.


El silencio, no siempre es sinónimo de paz sosegada, de esa paz añorada y buscada que, por su libertad, nos hace escapar del agobio de las grandes urbes para relajarnos en los acogedores cañones calizos, bosques, ríos o estepas de nuestra geografía ibérica. El silencio a veces, muestra su peor cara, siendo consecuente con la desaparición de especies importantes que en su día llenaron el cielo con su presencia. Estas pérdidas contribuyen con su ausencia a una soledad incómoda. Así ocurre, cada vez, en más formaciones rocosas, donde el águila de Bonelli desaparece por el capricho autoritario de quién se cree dueño y señor de nuestros montes españoles, decidiendo irracionalmente qué especies son válidas para ocupar nuestros espacios salvajes. El silencio delata carencias, y se encarga desgraciadamente, de mostrar cada vez más la penosa situación de nuestra población de águilas, destacando por su rareza al águila perdicera o de Bonelli. Es tan excepcional como útil en nuestros paisajes más agrestes, sobre todo, para controlar la población de otras aves como palomas y córvidos.

Estas perdiceras no volarán más porque un criador de palomas robó sus vidas, y a nosotros, la presencia de su vuelo sobre nuestros montes españoles. Esta gente sin escrúpulos impone sus pretensiones particulares con el capricho de la colombicultura, primándola sobre la existencia de todas las aves de presa que puedan perjudicar a sus palomas, del mismo modo con el que actúan otros también en algunos cotos de caza con los cebos envenenados. Ejecutan con su conducta el peligroso ejercicio de la delincuencia en nuestros campos ibéricos, y lo hacen contra especies catalogadas como muy vulnerables y en franca regresión. Especies escasas que disfrutamos y admiramos todos con el máximo respeto.

Espero que a estos tres indeseables involucrados en la colocación de cebos envenenados en Valmadrid (Zaragoza), les caiga una buena sanción que sirva de escarmiento futuro a este tipo de gente, que con su conducta incívica y chulesca atenta impunemente contra nuestro patrimonio natural, llevada por absurdos intereses particulares.


Pareja hallada muerta por envenenamiento. El macho en primer plano, portaba un emisor de ondas sujeto por un arnés; la hembra yace al fondo. Aparte del veneno, las radiografías detectaron perdigones alojados en sus cuerpos.




Ésta es la razón que esgrimen estos criadores de palomas cuando alguno de sus ejemplares es atacado por cualquier rapaz: ya sea halcón peregrino, azor o águila perdicera; incluso, en sus jaulas de cría.

NOTA: A última hora de hoy, ha sido cuando me he enterado de la aparición de un tercer ejemplar de águila perdicera hallado muerto ayer en el término municipal de Grisel (Zaragoza).

miércoles, 23 de marzo de 2011

Lagarto ocelado (Timon lepidus)



Hay fotografías que encierran detalles fuera de lo común, y por ello, pasan a formar parte de mi colección de anecdóticas; especiales para gente con afinada curiosidad como quienes visitáis este blog.
Cuando Fco Javier Abrego autor de las fotos me mostró parte de su material con filmaciones de calidad, cayeron estas interesantes imágenes del lagarto ocelado. Interesantes por contar con la particular representación de un peculiar nicho ecológico donde sin duda alguna el saurio, ha sabido explotar todas las bondades de la carroña; desde la gran fuente alimenticia de insectos necrófagos, hasta la comodidad de su zona de descanso y solarium. Por supuesto además, contando con una zona protegida de seguridad dentro de unas rejas óseas.

Muchas veces, la observación fugaz de este reptil equivale a una mancha verdosa muy viva de color, que corre apresuradamente para ponerse a salvo en el hueco más próximo que conoce perfectamente.

Os dejo con un par de observaciones naturales de su comportamiento cazador tan interesante de hace unos años.




“Desciendo con el vehículo camino del barranco. En la bajada, un mediano lagarto ocelado llama mi atención y detengo el vehículo. El reptil, al que le falta un tercio original de su cola ya regenerada, se dirige aceleradamente al muro de piedras de contención que separa un pequeño val de almendreras y cuatro cerezos; dos de ellos repletos de rojos frutos. Aguardo pacientemente a que la normalidad generalice este particular momento en el que afortunadamente, puedo observar con continuidad al verdoso reptil tan huidizo. A medida que transcurren los minutos, se afianza ante mi presencia. Y, tras permanecer sobre la gruesa piedra del muro inicia tímidos movimientos sin dejar de observarme. Se desplaza con destreza y lentamente, receloso, tratando de no delatar su presencia entre la escasa vegetación. En ocasiones, apoya sus extremidades delanteras sobre una pequeña piedra, acechante, postura que repetirá a menudo más adelante. Trata de localizar presas accesibles y cercanas. En la primera ocasión que se le presenta; se acerca con sigilo hasta una planta en flor, arranca aceleradamente, salta y atrapa, creo que a una abeja. Lo mismo sucede en la siguiente prospección teniendo al insecto dentro de su radio de acción; le sorprende con una vertiginosa carrera culminándola con una certera captura. Apenas durante la hora de observación ha salido de un radio de acción de cinco metros. Dada la abundancia de alimento, es suficiente. Prosigue su marcha reptante y sigilosa alcanzando el borde del muro, bajo una piedra arranca una hermosa oruga de color ocráceo que engulle satisfactoriamente, pues compensa con suma rentabilidad la biomasa y el escaso gasto energético de este cómodo y suculento bocado. De nuevo al acecho, y esta vez logra sorprenderme con más contundencia. Veo a una pequeña libélula suspendida en vuelo a escasos veinte centímetros del suelo. El gran ocelado se halla a la izquierda, a casi dos metros de distancia; creo que la ha visto perfectamente. Se acerca con mucho sigilo, muy mimetizado entre la rasa vegetación sin perder de vista al insecto volador. A escasos centímetros de la libélula arranca como un resorte, salta los veinte centímetros de altura que les separa y con sus fauces abiertas la atrapa limpiamente. Tras la ingestión de todas las capturas el gran lagarto se relame con agradable satisfacción, recorriendo con su lengua bífida toda la línea de placas labiales. A continuación ya saciado, ha prospectado su territorio concluyendo por el momento, la jornada de caza".

“En otra ocasión, para no perder la costumbre de observar a placer a este lagarto tan fascinante, pude ver a un ejemplar diferente unas semanas después, cuando el calor de aquel día era insoportable a las once de la mañana. Paré el coche al ver al reptil a un lado del camino, esperé a que se confiara y vi cómo capturaba un coleóptero que consumió en el mismo lugar de su salida. Parece que éste era más tranquilo y no tenía intención de sprintar para sorprender mediante capturas aéreas a sus victimas. Se fue acercando poco a poco al coche, y yo me sentía el más privilegiado en aquellos momentos, deleitándome con sus colores luminosos y los ocelos deslumbrantes de sus flancos. Como decía; la trayectoria era muy directa e intencionada y, una vez alcanzado el bajo del vehículo, ya no salió. Tras un cuarto de hora abrí la puerta y miré debajo; allí estaba, relajado, sin prisas, no había una sombra en muchísimos metros a la redonda y el calor era agobiante. En fin, me tenía que ir y, el lagarto no ponía de su parte…-venga..., muévete que me estoy abrasando vivo– le decía, la verdad es que suelo hablar con los animales, no lo puedo evitar. Aguantó como un jabato mi presión, haciéndome bajar del coche y juro que…, casi tengo que empujarle para que se fuera. Me hizo bastante duelo, lo reconozco. Pero bueno, él estaba mejor preparado que yo para este día sofocante que como comprobé, no era apto ni para los “fardachos”, que es como los llamamos en mi tierra aragonesa.”


Una buena superficie muy suave y cómoda para no irritarse las escamas ventrales. Qué lagarta.

sábado, 5 de marzo de 2011

MARTHA: La triste historia de un final


Martha

En mi antiguo colegio -de régimen interno en los años 70-, recuerdo todavía, el rumor sobre la interesante posibilidad de disponer para los amantes de la lectura, de una biblioteca amplia y muy bien surtida de ejemplares. La idea personalmente me cautivó, más que nada, al asegurarme una vez comprobada la diversidad de sus volúmenes, que habría incluida una buena colección de libros sobre fauna. De este modo cuando de crío encontrabas algún pajarillo, adquirías consultándola un cierto conocimiento sobre sus costumbres y alimentación, y así, podías ponerlo en práctica. La biblioteca cuando se terminó tenía para mi sorpresa una abultada fila de curiosos esperando, cada uno, entusiasmado con sus lecturas preferidas; ya fueran cuentos, tebeos o cómics. Allí conocí a Martha y su peculiar historia, una historia trágica e incomprensible cuyo nombre y final nunca olvidé, y que sigo recordado con incredulidad escribiendo estas líneas.



Martha, para cualquier profano en el conocimiento de las aves era sólo una paloma más. Una especie sumada a otras tantas existentes en las enormes extensiones del territorio americano. Sin embargo, Martha, fue el resultado vergonzoso, miserable y nada ejemplar de la nefasta voracidad del ser humano. De cómo una especie abundantísima pasó en cuatro décadas a la desoladora y total extinción. Esta paloma nació en cautividad, mientras se buscaba desesperadamente un ejemplar macho con la intención inútil de salvar la especie. Se ofrecieron sumas importantes de dinero por el hallazgo de algún espécimen libre. Pero el dinero nunca se hizo efectivo. Hojeando libros, totalmente hechizado con la documentación de esta columbiforme, seguí conociendo más datos sobre Martha y su destino. Era la última, que se supiera, de su especie.



A las 13´00 horas del día 1 de septiembre de 1914, fue encontrada muerta en el fondo de la jaula del zoológico de Cincinnati después de 29 años de cautiverio. Su cuerpo se donó a La Smithsonian Institution donde se conserva naturalizada. Aquel infausto día, sucumbió definitivamente toda esperanza. Fue el último viaje de esta especie migradora.



Unas décadas antes, a principios del siglo XIX fue cuando el este de los Estados Unidos asistía a un espectáculo único en el mundo: la migración de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) que iba a pasar el invierno a la zona más cálida de este país, en las costas del Golfo de México. La abundancia de estas aves era tal, que llegaban a oscurecer el cielo. Se dirigían al sur atravesando los valles por cientos de millones provocando un sonido atronador. Alexander Wilson, en 1810, contó uno que, en su opinión lo formaban más de dos mil millones de ejemplares desplazándose a una velocidad de 90 kilómetros por hora, y tan agrupadas que podía estimarse su densidad en cuatro animales por metro cúbico. Estos extensos bandos migraban irregularmente en escuadrones de hasta dos kilómetros de frente que tardaban horas en pasar sobre un mismo punto.



Las tribus de indios, las esperaban en determinados dormideros fijos cuando regresaban a dormir durante el invierno, pues la carne de estas aves era muy apreciada por ellos desde tiempo inmemorial. Con la llegada de los colonos procedentes de Europa todo cambió. Ante semejante abundancia, los cazadores blancos se unían tratando de superar en las partidas de caza, las unidades de su vecino. La puntería no era requisito indispensable para matar. Bastaba con disparar contra la masa compacta de las aves para atravesar varios ejemplares a cada disparo.



Audubon –el famoso ornitólogo americano- describe la espera en un dormidero. Al llegar los pájaros el estruendo que hacían al volar y revolotear, unido a los disparos, el fuego –pues se llegaban a prender árboles para que cayeran las palomas chamuscadas- y el griterío de la gente, componía una barahúnda ensordecedora de la que era imposible diferenciar los diversos elementos que la componían. Miles y miles de palomas cubrían el suelo al amanecer, y cuenta –Audubon- “cada uno recogió las que quiso y después soltaron a los cerdos para que acabaran con el resto”. En las enormes colonias de cría, que cubrían muchos kilómetros cuadrados, los nidos estaban tan apretados que llegaban a los doscientos en un solo árbol, y las ramas se quebraban bajo su peso. Allí la masacre era, si cabe, mayor que en los dormideros. Concretamente una de Michigan medía 45 kilómetros de longitud por 5 o 6 kilómetros de ancho.



Todo el mundo dejaba en esa época su trabajo dedicándose a cazar los pichones –muy gordos y grasientos a los 15 días de edad- que después dice M. Edey, “se comían frescos, secos o en vinagre, o se convertían en grasa o se salaban para cuando vinieran tiempos malos. Continúa M. Edey cifrando alguna de aquellas matanzas: “desde los nidales de Pensilvania, parte alta de Nueva York y Winsconsin se recibían noticias de haber embarcado en unas semanas medio millón, un millón o dos millones de palomas. Sin duda alguna otras tantas quedaban sin embarcar, abrasadas, pisoteadas, devoradas por los cerdos, estropeadas o simplemente sin recoger.



Tanta presión despiadada, dejó a las palomas desprovistas de lugares donde asentarse. Allá donde fueran, eran esperadas y tiroteadas, tanto por el día, como por la noche. El telégrafo daba cumplida información sobre la ubicación diaria de estas aves y por supuesto, las armas eran cada vez más sofisticadas. Desgraciadamente, a este ritmo vertiginoso, no hay especie capaz de soportar una persecución de tal magnitud y en 1890, apenas un centenar de palomas se desplazaba fugazmente. Pero la caza continuó.



En 1911 se ofreció una recompensa de 1500 dólares: no se adjudicó. Las palomas migratorias libres habían desaparecido y sólo quedaban en zoológicos donde su reproducción era pésima. En 1908 había siete palomas migratorias, y ya en 1910 tan sólo una, de nombre Martha. Martha fue la última representante de una especie que nutrió aquellos gigantescos bandos kilométricos que llenaron con su vuelo atronador el cielo americano. Fueron disecadas muchas palomas migratorias, porque eran unas aves muy bellas. Prácticamente se conservan en casi todos los museos de historia natural, aunque para nuestra vergüenza, ésta y otras tantas especies borradas del mundo no volverán a deambular con vida.

Y…, ésta es la triste historia que… inmortalizó el nombre de Martha.
Aquel día, contuve la rabia en silencio, no daba crédito a lo leído.



Es impactante esta sugestiva obra de Walton Ford. Si se la puede clasificar como de surrealista, tiene para mí, un gran y profundo mensaje por tener cierta similitud con la imagen de Jesús arrastrando la cruz hasta lo alto del Monte Calvario. Aquí lo hacen las palomas en un escenario muy bien planteado por el autor, donde el caos que las colonias de estas aves sufría al ser sus árboles talados y quemados por una enfebrecida población de saqueadores, deja de manifiesto la crueldad padecida. Como Jesucristo, las palomas también portan el tronco de su penitencia, el tronco que como la cruz del Salvador, debería de suponer un motivo más para agregar a La Semana Santa de la vergüenza, donde el fariseísmo siempre tuvo y tiene los mejores asientos.

Fotografías: Wikipedia

lunes, 21 de febrero de 2011

Cotorra argentina (Myiopsitta monachus): a conquistar...



“La población de esta especie, considerada 'invasora', sigue creciendo sin control en los parques y jardines de las ciudades españolas. La Sociedad Española de Ornitología asegura que es una amenaza para las aves autóctonas, transmite enfermedades y es una fuente de molestias y suciedad”.

(Madridiario,es)



El hombre ha sido con irracional dedicación un saqueador de la naturaleza durante siglos enteros, y muchas especies vegetales y animales representativas del planeta han desaparecido por ello. Todavía en pleno siglo XXI, esta expoliación indiscriminada sigue siendo el estandarte común de muchas culturas y negocios lucrativos practicados en muchas zonas de la tierra. El ser humano, de forma consciente o inconsciente, ha propiciado la propagación de las especies vegetales y animales difundiendo a lo largo y ancho del mundo actividades como la caza y la pesca, tenencia de aves decorativas, y animales de presa que exterminen las especies incómodas para el hombre. En las islas este impacto ha sido mayor, a causa de los animales importados que han llegado a exterminar o desbancar a las especies nativas.



En la prehistoria, la caza era un peligro necesario para sobrevivir, donde los cazadores, perdían la vida en la lucha contra sus presas. Pese al rudimentario material de caza (flechas, hachas, lanzas), se cree que cazadores de la edad de piedra exterminaron especies enteras de animales.
Los circos romanos, eran abastecidos con enormes cantidades de animales salvajes para satisfacer y deleitar el morbo infame de su público cuando las fieras atacaban en lucha a los temerarios gladiadores. Miles de hombres y animales corrieron la misma suerte.
En la edad media, la caza mayor era privilegio indiscutible de príncipes y soberanos. Todas las especies perjudiciales para la caza como el lobo, pasaron a la lista de exterminables.
Entre 1930 y 1940 se eliminaron 161.156 ballenas azules entre otras tantas especies refugiadas en la Antártida. Incluso cuando se utilizaba el arpón manual desde una inestable barca, el descenso poblacional de mamíferos marinos fue considerable.




“Ha podido demostrarse que desde 1600 se han extinguido 611 especies animales y 396 vegetales (casi todas por la intervención del hombre). La mayoría en los siglos XVIII y XIX. La conciencia de estas pérdidas y de lo que significan no llegó hasta el siglo XX”



Lo que no arde o se arruina directamente sucumbe a las consecuencias del paisaje actual civilizado. En Europa, la mayoría de especies en peligro de extinción no logran sobrevivir a los excesos de abono, los paisajes monótonos agrarios o la concentración de pesticidas. En la actualidad, el exterminio sistemático de los animales salvajes ha concluido y ahora con algo más de racionalidad, parece haberse creado una conciencia mayor sobre las moratorias necesarias e imprescindibles para no capturar especies con poblaciones en estado crítico.


Sus nidos superan los controles de calidad en seguridad más estrictos.

“Según las predicciones de las naciones unidas, en el año 2050 la población mundial habrá aumentado a unos 8´9 mil millones de seres humanos, que necesitarán más millones de kilómetros cuadrados para sus campos de ganado, maíz, trigo y arroz, y para sus plantaciones y para su expansión, y continuarán mezclando las especies de unas regiones con las de otras. Y en caso de que la devastación de espacios naturales siga al ritmo actual, treinta y cuatro mil especies de plantas con flor podrían desaparecer completamente, según cálculos del experto en plantas de la IUCN, David R. Given.”


La urraca intenta abordar el fortín como resultándole familiar su construcción. La obra de ingeniería de estas aves coloniales, resuelve con buena nota su edificio compartimentado.

A propósito, dentro de mi preocupación particular sobre el efecto negativo de las aves invasoras, sin intención de alarmar a los presentes, he de confesar sin embargo que, el impacto poblacional de cotorras que se hallan esparcidas por toda nuestra geografía nacional me importa un carajo.
Bastante han padecido la indeseable conducta lucrativa de sus explotadores. No se ha frenado a quién correspondía frenar, y ahora, topamos con las nefastas consecuencias. La cotorra argentina se abre paso batallando y tratando como todo ser vivo de perpetuar su especie; con permiso del hombre, está claro.

domingo, 13 de febrero de 2011

Preprimavera y un narciso presumido.



La imagen de los almendros en flor es la antesala de la primavera ya próxima. Creo que, a veces, nuestra primera reacción frente a la inmaculada blancura de sus ramas escarchadas es la de una prolongada y sentida inspiración. La mirada, prendada por la cegadora visión del almendro florido en pleno invierno, nos lleva a soñar. A muchas y muchos, en el resurgir de la vida protagonizado por los mamíferos, las aves, los insectos y todo…, todo un mundo de plenitud y renovación. Otras y otros, en el romance de la naturaleza por su seducción, su esplendor, su belleza; porque se vive en lo más profundo del alma y se guarda celosamente en corazones compartidos.








Narciso con araña cangrejo dispuesta a sorprender a una próxima víctima.

El narciso (Narcissus assoanus) es una planta de pequeño tamaño que no supera los 25 centímetros. Es bulbosa y perenne, de hojas estrechas y lanceoladas con una flor de amarillo intenso muy perfumada. Crece en claros de carrascas y pinares, pastizales secos y pedregales de ladera. En las repisas de los roquedos suelen abundar formaciones espectaculares de esta planta, que tiñen de amarillo vivo su superficie.
Como la flor del almendro, el narciso, también florece en febrero. Son de las más tempranas.



Se les conoce con los nombres vernáculos de farolitos, cazoletas..., también parecen juegos de café de diseño.

Según la versión mitológica griega, Narciso, hijo del dios río Cephissus y de la ninfa Leiriope, irradiaba tal belleza que era centro de deseo tanto de doncellas como de muchachos ávidos de su amor y de su irresistible hermosura, pero él, les rechazaba sin contemplaciones. Como castigo a su vanidad excesiva, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara profundamente de su imagen reflejada en el agua. Absorto, contemplando su figura e incapaz de abandonarla, se arrojó a ella. Allí donde cayó su cuerpo, germinó una bella flor, haciendo honor a su nombre y la memoria de Narciso.


Que simetría tan elegante la de los pétalos del narciso de la derecha. A pesar de la mitología, este narciso…no escarmienta.

Me gusta mirar la humilde pero compleja flor del narciso. Más que una pretenciosa flor que se mira a si misma, veo una manifestación de timidez y modestia. Si sus lanceoladas hojas se dispusieran detrás del tallo, plasmarían esa actitud.
El caso es, que analizando el narcisismo del narciso, encontré un interesante grupo de cuatro ejemplares en una rinconada abrigada, de los cuales, uno destacaba por cierto aire coqueto. Con esta visión pareció borrarse de mi pensamiento esa falsa modestia de la flor, viéndola algo más pretenciosa gracias a “esos adornos extras" logrados en tres intercalados pétalos que lucía con desparpajo simulando encajes.

Está claro que las plantas tienen que evolucionar, captar la atención de más polinizadores para lograr su reproducción. Está claro que vale todo. Aunque esto comience siendo un fallo genético o quién sabe qué, todo va cambiando lentamente.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Carbonero común (Parus major)



Si hay una imagen en mi retina que moldee la escena típica de este pájaro, esa es la de un soto caducifolio con sus hojas doradas. Resonando entre ellas mientras el viento las agita, el reclamo estridente, corto y monótono del inquieto carbonero cuando pulula por sus ramas. La variedad de sus reclamos durante todo el año, le permite emitir más de cuarenta sonidos diferentes, principalmente desde enero hasta junio. Puede darnos la impresión de ser un ave que vive o se alimenta en el ramaje de los árboles debido a su habitual presencia en ellos, pero no es así. Buscan cuando el peligro está ausente entre las hojas caídas y ocráceas del suelo y habitualmente humedecidas por el rocío toda clase de insectos ocultos entre ellas y la maleza arbustiva.




Los experimentos de John Krebs (Miembro del Instituto Edward Grey), demostraron que es muy probable que los individuos que se alimentan formando grupos encuentren comida antes que los que se alimentan en solitario. Sin desdeñar la peligrosidad para éstos últimos que conlleva atarearse en la búsqueda de alimento y vigilar simultáneamente; labor compartida en los grupos establecidos de búsqueda y portadores de una mayor garantía que haciéndolo individualmente. Por el contrario, en el grupo, la competencia es mayor.
Dentro del grupo aprenden unos de otros un abanico diferente de técnicas para buscar y alimentarse, entre ellas, la de perforar las tapas de estaño que años atrás se utilizaban en las botellas de leche que el repartidor dejaba a la entrada de las viviendas inglesas de campo, de las cuales, picoteaban la nata o bebían lo que podían. Los páridos son aves de mente muy evolucionada, y aquella costumbre de acceder a la leche se fue extendiendo de unos a otros por toda Inglaterra. Aprenden a extraer los frutos de los comederos y dónde están éstos, con la ventaja de ser por su tamaño, los dueños del lugar ante otros páridos y otros competidores. Son pájaros con una innata tendencia a investigarlo todo, siempre van algo más avanzados que los demás.




Recuerdo en el cañón del río Mesa, en unos almendros, ver a dos picapinos disputar la posesión de una buena almendra. Después del forcejeo, el propietario legítimo del fruto se dirigió a su taller manipulador de frutos secos, ubicado en un poste de madera que sujetaba los cables telefónicos. Ya tenía varias ranuras practicadas en la madera, y a dos palmos bajo la cúspide del tronco insertó el fruto. No tardó en aparecer el “parásito” de turno, en este caso, una urraca, que había seguido con atención la dedicada labor de apertura de la cáscara por parte del trabajador para acceder a su contenido. Ante la presencia del extorsionador que agachaba la cabeza con insistencia pretendiendo alcanzar el botín, el picapinos se echó a un lado y permitió al córvido su infructuosa intención. Sin nada que poder hacer, el blanquinegro pájaro se fue del lugar. El pico picapinos prosiguiendo con su labor, abrió con facilidad y escasos golpes certeros la dura cáscara, alimentándose del suculento fruto tranquilamente. Pero, no sólo las urracas o algún que otro merodeador suelen estar alerta siguiendo las evoluciones alimentarias de otras aves para asaltarlos, o sacarles tajada. En éste caso, el observador era un carbonero común, “oportunista” y espectador aplicado. Desde un árbol cercano, estuvo el carbonero aguardando pacientemente a que la historia peculiar de la almendra terminara. Cuando el picapinos se marchó, el paciente pájaro se posó en la fisura al lado de la cáscara, y fue picoteando todos los pequeños fragmentos de almendra que quedaron en la base del hueco y dentro de la cincelada coraza del fruto protagonista.

Hay que ver, el espectáculo que puede llegar a dar una simple almendra.