viernes, 13 de mayo de 2011

Lirios amarillos



En mayo, las márgenes del río Mesa en Calmarza, se visten con el amarillo deslumbrante del lirio de ribera (Iris pseudacorus). Los primeros rayos de sol son absorbidos por sus pétalos bilobulados, que se iluminan con un brillo sorprendente al captar toda la luz recibida.



Es una planta propia de zonas húmedas, riberas, canales, embalses y lagunas, siempre inundadas o en parte, y con suelos ricos en sustancias nutrientes. Evita los tramos de luz solar demasiado directa y se instala en zonas sombreadas o tamizadas. Mide entre 60 y 130 cm; se multiplica por rizoma formando grandes colonias y, semillas dispersas por el agua.




Como dato curioso; la capacidad de esta planta para absorber metales pesados, utilizada óptimamente como apoyo en el tratamiento de aguas. También, sus semillas se utilizan como sustituto del café.



Merece la pena soñar mientras se pasea por la orilla de cualquier masa de agua inundada de vida, inspirándose, con la fuerza visual de los lirios amarillos. Muy sugerente.

Sistemática


Reino: Plantae
División: Magnoliophyta
Clase: Liliopsida
Orden: Asparagales
Familia: Iridaceae
Subfamilia: Iridoideae
Tribu: Irideae
Género: Iris
Especie: I. pseudacorus

miércoles, 4 de mayo de 2011

Culebra de escalera: no le tengas miedo...




Esta Semana Santa en El Cañón del Río Mesa apenas salió el sol, y es natural en los animales ectotermos (de sangre fría) aprovechar el calor de cualquier lugar para calentarse y reactivarse. Desgraciadamente, el asfalto es uno de los espacios más fatídicos de concentración del calor, tan necesario para estos reptiles apodos que precisan optimizar su temperatura corporal. Los atropellos son el resultado de una mala costumbre, agravada por la mala conciencia de irracionales conductores sin escrúpulos.

Estos días atrás, una mujer paseaba tranquilamente cuando se detuvo horrorizada al ver un ejemplar de culebra de escalera (Rhinechis scalaris) en el centro de la carretera; afortunadamente, poco transitada es esos momentos. La vi que gesticulaba, y a pesar de creerse que el ofidio estaba muerto se negaba a pasar por ese tramo de la calzada. También pensé lo mismo, que la culebra por su quietud estaba muerta, hasta que al acercarme reaccionó levemente. Un coche se acercaba a lo lejos y la empujé dirigiéndola hacia la cuneta para capturarla posteriormente y llevarla lejos, sobre la ladera del monte con suficiente protección y cobertura de matorral.
Cuando busqué con la mirada la presencia de la mujer, ésta había desaparecido. No me dio tiempo de comentarle la nula peligrosidad del alargado reptil a pesar de la apariencia agresiva. Mientras la apartaba del asfalto se erguía sobre su tercio anterior, amenazante, llegaba incluso, a morder la pernera del pantalón debido al acoso. Esta culebra tiene bastante “mal genio” pero no es venenosa, por eso sobreactúan; lo digo para aquellos que las temen aunque las respetan profundamente. Conocerlas un poco, ayuda a controlar su temor infundado.

Siempre que me es posible parar el automóvil, aparto, guardando la prudencia oportuna sobre el resto del tráfico, cualquier reptil que reposa vivo en la carretera.



Es uno de los ofidios más confiados, y ello, lo paga caro ante sus múltiples enemigos. Puede alcanzar los 160 cm de longitud. Es una gran trepadora de taludes, roca y arbustos para la búsqueda de pollos en los nidos, que complementa con las presas más habituales, los micromamíferos: ratones, topillos y musarañas. Muy crepuscular y nocturna en gran medida.


Al soltarla se deslizó algo parsimoniosa sobre mi pierna, y seguidamente, buscó refugio entre las piedras de un muro, sin prisa aparente se puso a salvo.


Tutorial de Javier Fernando Robayo Coral.
Año tras año, unos 50 trabajadores de la construcción resultan muertos por caídas de “escaleras”. Más de la mitad de las personas que resultan muertas son personas que estaban trabajando en las “escaleras”.
Por el contrario, ninguna persona ha resultado muerta por una culebra de “escalera”. Protégelas.

miércoles, 27 de abril de 2011

Desde el banco del parque


Primeras horas de la mañana. Los gatos consiguen ahorrar mucha energía mediante prolongadas siestas, más que cualquier otro animal y éstas, se acentúan a medida que envejecen. Su sistema sensorial altamente sofisticado (entre ellos el oído), le advierten de cualquier amenaza ante posibles peligros.


A veces, uno hace todo lo contrario de lo que pensaba hacer antes de salir de casa. De salir a la búsqueda de pequeños pájaros del parque, acabé sentado en un banco de piedra decorado con atractivos baldosines situado frente al estanque de cisnes y patos. Me gusta por supuesto, además, mirar la vida desde un punto fijo a la vista de los animales que, familiarizándose con la presencia humana, terminan aceptándola de buen grado. Al final, hubo en este horario temprano más tránsito animal del que pudiera esperar, y bastante entretenido por la curiosidad de su comportamiento. Gatos, cotorras argentinas, urracas, estorninos negros, gorriones, carboneros, tórtolas turcas, currucas capirotadas y un agateador común, pasaron confiados por este pequeño espacio del jardín botánico dentro del más amplio, parque de José Antonio Labordeta.

Dos mujeres tirando de un carro de compras se encargaban de distribuir por puntos muy concretos comida para gatos, bueno…comida para todos los habitantes del parque como observé posteriormente. Por lo que pude comprobar, los gatos ya estaban familiarizados con ellas. Me quedé mirándolas detenidamente por su labor altruista, y ellas hicieron lo mismo, pero, percibí cierta mirada de desconfianza hacia mí, deduciendo que tal vez, alguien les habría recriminado esa conducta.

Pues eso es todo, que no es poco, desde el banco de un animado parque. Personalmente, mirando la conducta siempre interesante de cualquier especie animal, se puede pasar un rato muy agradable y relajante sin alejarse de casa.


El gato es un depredador muy eficaz. Muchas veces, la muestra de acecho y predisposición no indican un posible lance de caza, sino el resultado instintivo de una ocasión estimulada por la oportunidad que brinda el momento.
“Oreja cortada” se acerca sigilosamente a un grupo de palomas torcaces que ingieren plantas escogidas del césped.



Las colúmbidas no se alteran ante la presencia del felino. Finalmente, unos patos del estanque picoteando brotes cercanos al gato ilusionado, le hacen desistir de su constructivo sueño.


La tórtola turca se ha adueñado prácticamente de los parques y de sus recursos junto con las palomas, pero, aquí en este espacio recogido los gorriones utilizan otra estrategia que no tiene competidores, y es la entrada en las jaulas de especies exóticas que se exhiben dentro de este recinto para compartir comida con sus inquilinos.


Los gatos asilvestrados se adaptan bastante bien al entorno viviendo solos, aunque prefieren vivir en comunidades o colonias. Hay lugares como el parque donde pueden vivir con un nivel muy apto de plenitud y comodidad, y alternar la comida que les ofrece la gente con las presas que logran capturar como: ratones, ratas jóvenes, gorriones, tórtolas y estorninos negros entre otras.


Es difícil que en los grupos establecidos entren gatos nuevos y, en estos grupos siempre hay un ejemplar dominante ¿lo veis claro? Podríamos llamarlo “Perdonavidas”. Por lo que observé, el resto parecía evitarle.


Aquí vemos el fruto de la pareja de las amables mujeres dedicadas a la alimentación de estas criaturas, las cuales, bien pudieron vivir en compañía de humanos antes de ser abandonadas por sus dueños, como ocurre desgraciadamente con mucha frecuencia.


Y aquí vemos también el efecto secundario de la labor de las amables mujeres que por fortuna no resulta perjudicial, sino, altamente positiva para muchas aves del parque beneficiadas por ello. Las urracas poseen una bolsa gular dilatante que hace de almacén del alimento sobre todo en época de cría, por lo que tras sus visitas quedan escasos restos de comida.


Los estorninos más desconfiados, prefieren guardar fila bajando poco a poco y extremando la seguridad para acceder a su ración de pienso.

sábado, 9 de abril de 2011

Cabras de los montes



Sólo el paso de los años avala las vivencias que, por desgracia, protagonizan especies y subespecies desaparecidas en un pasado irrecuperable, convirtiéndose en valoradas joyas del recuerdo personal de cada uno.
Cuando miro los rebaños de cabra montés (Capra pyrenaica hispánica), el recuerdo se pone en marcha. Aprovecharé para ello, y agradeceré otra vez más, la oferta fotográfica que Javier Abrego García a puesto a mi alcance.



Quiero remontarme al cuatro de octubre de 1981, si no os importa el desfase de este notorio salto en el tiempo, para presentaros el aspecto acogedor de aquel maravilloso día acaecido en el otoñal paisaje del Valle de Ordesa (Huesca). El fin de semana fue insistentemente lluvioso, las nubes muy espesas y bajas apenas permitían el acceso de la luz del sol, que no apareció hasta el domingo por la tarde. El único coche que había en la explanada del parque nacional era un Renault 4 amarillo, el nuestro, mitigado su color por la aureola dorada general del bosque caducifolio, dispuesto en breve a despojarse de su fronda polícroma. Aquel día estaba todo el Valle de Ordesa entregado al otoño, y todo para mí. Con prisa, por la hora tan avanzada y el escaso margen de actuación del que disponía a causa de la intensa lluvia, no me quedaba más remedio que apresurarme y aprovechar al máximo el tiempo restante y disponible. Fui dejando el río Arazas a medida que ascendía entre portentosos ejemplares centenarios de hayas muy frondosas, formando un bosque muy cerrado. Dejé atrás los pinos negros donde fui sorprendiendo a los sarrios más despistados que habían descendido a cotas más bajas. En el descansillo próximo a las clavijas, miraba prendado el inmenso despliegue del arco iris provocado por la infinidad de minúsculas gotas de agua en suspensión e iluminadas por los rayos del sol de la cascada de Cotatuero en su vertiginoso desplome. Sobre las escasas nubes que tropezaban con las cumbres rocosas, volaba batiendo sus alas con energía el quebrantahuesos. La subida por las clavijas incrustadas en la roca que un herrero de Torla colocó para facilitar la cacería de sarrios y bucardos, me permitió llegar hasta el piso final y extenso, donde reposaban tumbados varios ejemplares de rebecos dispersos. Y, junto a la agrisada pared rocosa descubrí por primera vez y, a escasos metros, al inquieto treparriscos. Captó mi atención la intermitencia de sus alas mientras trepaba verticalmente, destellando el carmesí de sus alas en movimiento y, los lunares blancos sobre el fondo negro de sus rémiges. Permanecí inmóvil, observándolo con la respiración contenida. No era para menos.


La descomunal mole pétrea de la Fraucata se teñía de oro a medida que el sol perdía su fuerza bajo el horizonte irregular. Solamente quedaba tiempo para ver unos escasos edelweiss marchitándose.
La luz escaseaba y, había que trazar de nuevo la peligrosa travesía de la sirga y las clavijas sobre el abismo. Con sumo cuidado y sin apresurarme, cumplí los pasos correctamente. Ganado el trayecto hasta alcanzar el mirador de la cascada de Cotatuero, escuché entonces, un estallido tremendo que el eco dispersó por todos los canales del cañón. La fuerza del impacto no se me olvidará jamás. Fue repitiéndose a intervalos irregulares, pero el eco, los distorsionaba de tal manera que me resultaba imposible localizar su procedencia. Buscaba con agitación y ansia desmedida, sabía quién producía aquel atronador sonido de impacto tan descomunal; sabía que no era otro animal que los machos de bucardo, la cabra montesa del Pirineo. Estaban batiéndose duramente chocando sus testuces y, el topetazo, retumbaba en todo el espacioso valle. Cuando por fin cayeron unas piedras, mi vista se giró súbitamente en dirección al Espolón del Gallinero pero, desgraciadamente, el ángulo de visión no me favorecía. Supe que allí arriba, los últimos ejemplares de (Capra pyrenaica pyrenaica) se batían en una lucha más allá de la ampliación de su harén, era la lucha por la supervivencia. La lucha que perdieron en el año 2000 cuando se encontró finalmente al último ejemplar muerto; una hembra. El último representante de esta interesante subespecie curtida en los fríos inviernos de esta fantástica formación geológica. El recio bucardo acorralado en Ordesa, perdió la batalla contra la miseria humana.



El bucardo: http://es.wikipedia.org/wiki/Capra_pyrenaica_pyrenaica

Cabra montés: http://es.wikipedia.org/wiki/Capra_pyrenaica

miércoles, 30 de marzo de 2011

Tres águilas perdiceras menos...


Hembra de águila de Bonelli (Aquila fasciata) en vuelo. Es uno de los ejemplares muertos de la pareja de Valmadrid.


El silencio, no siempre es sinónimo de paz sosegada, de esa paz añorada y buscada que, por su libertad, nos hace escapar del agobio de las grandes urbes para relajarnos en los acogedores cañones calizos, bosques, ríos o estepas de nuestra geografía ibérica. El silencio a veces, muestra su peor cara, siendo consecuente con la desaparición de especies importantes que en su día llenaron el cielo con su presencia. Estas pérdidas contribuyen con su ausencia a una soledad incómoda. Así ocurre, cada vez, en más formaciones rocosas, donde el águila de Bonelli desaparece por el capricho autoritario de quién se cree dueño y señor de nuestros montes españoles, decidiendo irracionalmente qué especies son válidas para ocupar nuestros espacios salvajes. El silencio delata carencias, y se encarga desgraciadamente, de mostrar cada vez más la penosa situación de nuestra población de águilas, destacando por su rareza al águila perdicera o de Bonelli. Es tan excepcional como útil en nuestros paisajes más agrestes, sobre todo, para controlar la población de otras aves como palomas y córvidos.

Estas perdiceras no volarán más porque un criador de palomas robó sus vidas, y a nosotros, la presencia de su vuelo sobre nuestros montes españoles. Esta gente sin escrúpulos impone sus pretensiones particulares con el capricho de la colombicultura, primándola sobre la existencia de todas las aves de presa que puedan perjudicar a sus palomas, del mismo modo con el que actúan otros también en algunos cotos de caza con los cebos envenenados. Ejecutan con su conducta el peligroso ejercicio de la delincuencia en nuestros campos ibéricos, y lo hacen contra especies catalogadas como muy vulnerables y en franca regresión. Especies escasas que disfrutamos y admiramos todos con el máximo respeto.

Espero que a estos tres indeseables involucrados en la colocación de cebos envenenados en Valmadrid (Zaragoza), les caiga una buena sanción que sirva de escarmiento futuro a este tipo de gente, que con su conducta incívica y chulesca atenta impunemente contra nuestro patrimonio natural, llevada por absurdos intereses particulares.


Pareja hallada muerta por envenenamiento. El macho en primer plano, portaba un emisor de ondas sujeto por un arnés; la hembra yace al fondo. Aparte del veneno, las radiografías detectaron perdigones alojados en sus cuerpos.




Ésta es la razón que esgrimen estos criadores de palomas cuando alguno de sus ejemplares es atacado por cualquier rapaz: ya sea halcón peregrino, azor o águila perdicera; incluso, en sus jaulas de cría.

NOTA: A última hora de hoy, ha sido cuando me he enterado de la aparición de un tercer ejemplar de águila perdicera hallado muerto ayer en el término municipal de Grisel (Zaragoza).

miércoles, 23 de marzo de 2011

Lagarto ocelado (Timon lepidus)



Hay fotografías que encierran detalles fuera de lo común, y por ello, pasan a formar parte de mi colección de anecdóticas; especiales para gente con afinada curiosidad como quienes visitáis este blog.
Cuando Fco Javier Abrego autor de las fotos me mostró parte de su material con filmaciones de calidad, cayeron estas interesantes imágenes del lagarto ocelado. Interesantes por contar con la particular representación de un peculiar nicho ecológico donde sin duda alguna el saurio, ha sabido explotar todas las bondades de la carroña; desde la gran fuente alimenticia de insectos necrófagos, hasta la comodidad de su zona de descanso y solarium. Por supuesto además, contando con una zona protegida de seguridad dentro de unas rejas óseas.

Muchas veces, la observación fugaz de este reptil equivale a una mancha verdosa muy viva de color, que corre apresuradamente para ponerse a salvo en el hueco más próximo que conoce perfectamente.

Os dejo con un par de observaciones naturales de su comportamiento cazador tan interesante de hace unos años.




“Desciendo con el vehículo camino del barranco. En la bajada, un mediano lagarto ocelado llama mi atención y detengo el vehículo. El reptil, al que le falta un tercio original de su cola ya regenerada, se dirige aceleradamente al muro de piedras de contención que separa un pequeño val de almendreras y cuatro cerezos; dos de ellos repletos de rojos frutos. Aguardo pacientemente a que la normalidad generalice este particular momento en el que afortunadamente, puedo observar con continuidad al verdoso reptil tan huidizo. A medida que transcurren los minutos, se afianza ante mi presencia. Y, tras permanecer sobre la gruesa piedra del muro inicia tímidos movimientos sin dejar de observarme. Se desplaza con destreza y lentamente, receloso, tratando de no delatar su presencia entre la escasa vegetación. En ocasiones, apoya sus extremidades delanteras sobre una pequeña piedra, acechante, postura que repetirá a menudo más adelante. Trata de localizar presas accesibles y cercanas. En la primera ocasión que se le presenta; se acerca con sigilo hasta una planta en flor, arranca aceleradamente, salta y atrapa, creo que a una abeja. Lo mismo sucede en la siguiente prospección teniendo al insecto dentro de su radio de acción; le sorprende con una vertiginosa carrera culminándola con una certera captura. Apenas durante la hora de observación ha salido de un radio de acción de cinco metros. Dada la abundancia de alimento, es suficiente. Prosigue su marcha reptante y sigilosa alcanzando el borde del muro, bajo una piedra arranca una hermosa oruga de color ocráceo que engulle satisfactoriamente, pues compensa con suma rentabilidad la biomasa y el escaso gasto energético de este cómodo y suculento bocado. De nuevo al acecho, y esta vez logra sorprenderme con más contundencia. Veo a una pequeña libélula suspendida en vuelo a escasos veinte centímetros del suelo. El gran ocelado se halla a la izquierda, a casi dos metros de distancia; creo que la ha visto perfectamente. Se acerca con mucho sigilo, muy mimetizado entre la rasa vegetación sin perder de vista al insecto volador. A escasos centímetros de la libélula arranca como un resorte, salta los veinte centímetros de altura que les separa y con sus fauces abiertas la atrapa limpiamente. Tras la ingestión de todas las capturas el gran lagarto se relame con agradable satisfacción, recorriendo con su lengua bífida toda la línea de placas labiales. A continuación ya saciado, ha prospectado su territorio concluyendo por el momento, la jornada de caza".

“En otra ocasión, para no perder la costumbre de observar a placer a este lagarto tan fascinante, pude ver a un ejemplar diferente unas semanas después, cuando el calor de aquel día era insoportable a las once de la mañana. Paré el coche al ver al reptil a un lado del camino, esperé a que se confiara y vi cómo capturaba un coleóptero que consumió en el mismo lugar de su salida. Parece que éste era más tranquilo y no tenía intención de sprintar para sorprender mediante capturas aéreas a sus victimas. Se fue acercando poco a poco al coche, y yo me sentía el más privilegiado en aquellos momentos, deleitándome con sus colores luminosos y los ocelos deslumbrantes de sus flancos. Como decía; la trayectoria era muy directa e intencionada y, una vez alcanzado el bajo del vehículo, ya no salió. Tras un cuarto de hora abrí la puerta y miré debajo; allí estaba, relajado, sin prisas, no había una sombra en muchísimos metros a la redonda y el calor era agobiante. En fin, me tenía que ir y, el lagarto no ponía de su parte…-venga..., muévete que me estoy abrasando vivo– le decía, la verdad es que suelo hablar con los animales, no lo puedo evitar. Aguantó como un jabato mi presión, haciéndome bajar del coche y juro que…, casi tengo que empujarle para que se fuera. Me hizo bastante duelo, lo reconozco. Pero bueno, él estaba mejor preparado que yo para este día sofocante que como comprobé, no era apto ni para los “fardachos”, que es como los llamamos en mi tierra aragonesa.”


Una buena superficie muy suave y cómoda para no irritarse las escamas ventrales. Qué lagarta.

sábado, 5 de marzo de 2011

MARTHA: La triste historia de un final


Martha

En mi antiguo colegio -de régimen interno en los años 70-, recuerdo todavía, el rumor sobre la interesante posibilidad de disponer para los amantes de la lectura, de una biblioteca amplia y muy bien surtida de ejemplares. La idea personalmente me cautivó, más que nada, al asegurarme una vez comprobada la diversidad de sus volúmenes, que habría incluida una buena colección de libros sobre fauna. De este modo cuando de crío encontrabas algún pajarillo, adquirías consultándola un cierto conocimiento sobre sus costumbres y alimentación, y así, podías ponerlo en práctica. La biblioteca cuando se terminó tenía para mi sorpresa una abultada fila de curiosos esperando, cada uno, entusiasmado con sus lecturas preferidas; ya fueran cuentos, tebeos o cómics. Allí conocí a Martha y su peculiar historia, una historia trágica e incomprensible cuyo nombre y final nunca olvidé, y que sigo recordado con incredulidad escribiendo estas líneas.



Martha, para cualquier profano en el conocimiento de las aves era sólo una paloma más. Una especie sumada a otras tantas existentes en las enormes extensiones del territorio americano. Sin embargo, Martha, fue el resultado vergonzoso, miserable y nada ejemplar de la nefasta voracidad del ser humano. De cómo una especie abundantísima pasó en cuatro décadas a la desoladora y total extinción. Esta paloma nació en cautividad, mientras se buscaba desesperadamente un ejemplar macho con la intención inútil de salvar la especie. Se ofrecieron sumas importantes de dinero por el hallazgo de algún espécimen libre. Pero el dinero nunca se hizo efectivo. Hojeando libros, totalmente hechizado con la documentación de esta columbiforme, seguí conociendo más datos sobre Martha y su destino. Era la última, que se supiera, de su especie.



A las 13´00 horas del día 1 de septiembre de 1914, fue encontrada muerta en el fondo de la jaula del zoológico de Cincinnati después de 29 años de cautiverio. Su cuerpo se donó a La Smithsonian Institution donde se conserva naturalizada. Aquel infausto día, sucumbió definitivamente toda esperanza. Fue el último viaje de esta especie migradora.



Unas décadas antes, a principios del siglo XIX fue cuando el este de los Estados Unidos asistía a un espectáculo único en el mundo: la migración de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) que iba a pasar el invierno a la zona más cálida de este país, en las costas del Golfo de México. La abundancia de estas aves era tal, que llegaban a oscurecer el cielo. Se dirigían al sur atravesando los valles por cientos de millones provocando un sonido atronador. Alexander Wilson, en 1810, contó uno que, en su opinión lo formaban más de dos mil millones de ejemplares desplazándose a una velocidad de 90 kilómetros por hora, y tan agrupadas que podía estimarse su densidad en cuatro animales por metro cúbico. Estos extensos bandos migraban irregularmente en escuadrones de hasta dos kilómetros de frente que tardaban horas en pasar sobre un mismo punto.



Las tribus de indios, las esperaban en determinados dormideros fijos cuando regresaban a dormir durante el invierno, pues la carne de estas aves era muy apreciada por ellos desde tiempo inmemorial. Con la llegada de los colonos procedentes de Europa todo cambió. Ante semejante abundancia, los cazadores blancos se unían tratando de superar en las partidas de caza, las unidades de su vecino. La puntería no era requisito indispensable para matar. Bastaba con disparar contra la masa compacta de las aves para atravesar varios ejemplares a cada disparo.



Audubon –el famoso ornitólogo americano- describe la espera en un dormidero. Al llegar los pájaros el estruendo que hacían al volar y revolotear, unido a los disparos, el fuego –pues se llegaban a prender árboles para que cayeran las palomas chamuscadas- y el griterío de la gente, componía una barahúnda ensordecedora de la que era imposible diferenciar los diversos elementos que la componían. Miles y miles de palomas cubrían el suelo al amanecer, y cuenta –Audubon- “cada uno recogió las que quiso y después soltaron a los cerdos para que acabaran con el resto”. En las enormes colonias de cría, que cubrían muchos kilómetros cuadrados, los nidos estaban tan apretados que llegaban a los doscientos en un solo árbol, y las ramas se quebraban bajo su peso. Allí la masacre era, si cabe, mayor que en los dormideros. Concretamente una de Michigan medía 45 kilómetros de longitud por 5 o 6 kilómetros de ancho.



Todo el mundo dejaba en esa época su trabajo dedicándose a cazar los pichones –muy gordos y grasientos a los 15 días de edad- que después dice M. Edey, “se comían frescos, secos o en vinagre, o se convertían en grasa o se salaban para cuando vinieran tiempos malos. Continúa M. Edey cifrando alguna de aquellas matanzas: “desde los nidales de Pensilvania, parte alta de Nueva York y Winsconsin se recibían noticias de haber embarcado en unas semanas medio millón, un millón o dos millones de palomas. Sin duda alguna otras tantas quedaban sin embarcar, abrasadas, pisoteadas, devoradas por los cerdos, estropeadas o simplemente sin recoger.



Tanta presión despiadada, dejó a las palomas desprovistas de lugares donde asentarse. Allá donde fueran, eran esperadas y tiroteadas, tanto por el día, como por la noche. El telégrafo daba cumplida información sobre la ubicación diaria de estas aves y por supuesto, las armas eran cada vez más sofisticadas. Desgraciadamente, a este ritmo vertiginoso, no hay especie capaz de soportar una persecución de tal magnitud y en 1890, apenas un centenar de palomas se desplazaba fugazmente. Pero la caza continuó.



En 1911 se ofreció una recompensa de 1500 dólares: no se adjudicó. Las palomas migratorias libres habían desaparecido y sólo quedaban en zoológicos donde su reproducción era pésima. En 1908 había siete palomas migratorias, y ya en 1910 tan sólo una, de nombre Martha. Martha fue la última representante de una especie que nutrió aquellos gigantescos bandos kilométricos que llenaron con su vuelo atronador el cielo americano. Fueron disecadas muchas palomas migratorias, porque eran unas aves muy bellas. Prácticamente se conservan en casi todos los museos de historia natural, aunque para nuestra vergüenza, ésta y otras tantas especies borradas del mundo no volverán a deambular con vida.

Y…, ésta es la triste historia que… inmortalizó el nombre de Martha.
Aquel día, contuve la rabia en silencio, no daba crédito a lo leído.



Es impactante esta sugestiva obra de Walton Ford. Si se la puede clasificar como de surrealista, tiene para mí, un gran y profundo mensaje por tener cierta similitud con la imagen de Jesús arrastrando la cruz hasta lo alto del Monte Calvario. Aquí lo hacen las palomas en un escenario muy bien planteado por el autor, donde el caos que las colonias de estas aves sufría al ser sus árboles talados y quemados por una enfebrecida población de saqueadores, deja de manifiesto la crueldad padecida. Como Jesucristo, las palomas también portan el tronco de su penitencia, el tronco que como la cruz del Salvador, debería de suponer un motivo más para agregar a La Semana Santa de la vergüenza, donde el fariseísmo siempre tuvo y tiene los mejores asientos.

Fotografías: Wikipedia