domingo, 4 de diciembre de 2011

Culebra bastarda y de escalera rescatadas de un aljibe.



A estas alturas, el ejemplar de la imagen estará reposando en lugar seguro y con unos cuantos días del ciclo letárgico ya consumidos, afortunadamente.
Hace dos semanas como en otras ocasiones, Fernando y quien escribe, prospectamos unos aljibes de la estepa monegrina, precisamente para auxiliar dado el caso, animales prisioneros de estas inmisericordes trampas tantas veces mortales. Sobre el suelo embarrado y húmedo del aljibe, tratando de buscar refugio bajo una enorme losa de piedra, la mediana culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) trataba inútilmente de acomodarse en un lugar idóneo inexistente. Era evidente que, ya debiera de estar inactiva bajo los efectos del periodo de letargo. Un ofidio respetable de tamaño considerable. Las escamas o placas supraoculares a modo de cejas destacadas le dan un aspecto fiero y amenazante. Los mayores ejemplares pueden superar los 200 cm de longitud, siendo las hembras más voluminosas. Su coloración general es variable, existiendo individuos marrones, pardos, grises y oliváceos (estos últimos los más frecuentes). Es una especie típicamente mediterránea.

La culebra bastarda, es una culebra opistoglifa al igual que la culebra de cogulla (Macroprotodon brevis), con los colmillos inoculadores de veneno asentados en la parte posterior de la boca. Para el hombre, la mordedura de estos colúbridos no reviste el menor peligro debido a la posición retrasada de dichos dientes inyectores que dificulta una mordedura eficaz y, por supuesto, nunca resulta mortal que se sepa. Existen también en la península, otros dos grupos que albergan al resto de estos reptiles apodos: aglifos; ofidios carentes de glándulas y aparato inoculador de veneno como la culebra de agua, y: selenoglifos; ocupado por las temidas víboras cuyos colmillos acanalados y conectados a unas glándulas venenosas inyectan un efectivo veneno paralizador y mortal para sus presas mas habituales. Los dientes se retraen al abrir y cerrar la boca.


Levantando la enorme piedra aparecieron multitud de escarabajos del género Blaps acompañando al ofidio. La imagen impresiona bastante.

Apenas ofreció resistencia la culebra bastarda durante su captura; todo lo contrario de haber sido durante el estío que, hubiéramos alucinado con su furia. Ser ectotermo, optimiza la temperatura corporal de los reptiles pero, les hace depender exclusivamente de la temperatura ambiental en la que se hallan. Al ser el día señalado bastante frío, el colúbrido yacía prácticamente inactivo. Me llamó bastante la atención su mirada perdida, tal vez, por la incapacidad de defenderse. Notaba además como sus ojos giraban levemente, supongo que, analizando sus escasas posibilidades de escapatoria.



Si he de recordar a esta mimética y recatada serpiente lo haría desde la niñez, cuando buscaba afanosamente por curiosidad todo tipo de insectos en la base de los árboles durante el silencio estival del mediodía. En la arboleda, cuando ni siquiera los pájaros cantaban de puro calor, se dejaba oír en ocasiones un estruendo repentino y fugaz, que a su vez, agitaba las altas hierbas a su paso, era aquel, un momento escalofriante de suspense que me dejaba helado.



Durante este verano pasado, hallé una culebra bastarda de gran tamaño soleándose entre la vegetación herbácea de un sendero junto al río Ebro. Sólo asomaba su verdoso lomo, paré con firmeza y en silencio; el ofidio, arrancó tan rápidamente que desapareció de modo increíble. La velocidad de esta culebra es su principal defensa si dispone de terreno libre para huir. Solamente cuando se siente acorralada, actúa de modo muy agresivo.



Un ejemplar de esta especie que hallé atropellado en la carretera, tenía en su aparato digestivo dos topillos semidigeridos; quizá, los atrapó acorralándolos en su galería subterránea.


El momento de liberar a un animal siempre es especial. Al lado, había una enorme pila de piedras donde se introdujo finalmente, muy protegida.






A esta joven y preciosa culebra de escalera (Rhinechis scalaris) de fase gris, la liberamos del aljibe, e indirectamente, de la culebra bastarda.


Los aljibes eran construcciones utilizadas para estancar el agua de abrevar el ganado.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La sombra es el azor

Joven del año de azor (Accipiter gentilis) 

En septiembre, aún están los azores jóvenes curtiéndose en el arte de la caza. Sus alas redondeadas y cortas, junto a una cola larga y maniobrera, atribuyen a esta rapaz una dotación eminentemente forestal. Pero el azor, al parecer, caza o intenta cazar donde le da la gana. Y, de este modo, lo comprobamos en plena estepa Fernando y yo, mientras sobrevolaba la balsa donde observábamos gangas comunes y ortegas sin un sólo árbol en kilómetros a la redonda. Sospechamos de la presencia de algún halcón peregrino porque la charca permanecía desierta, sin actividad durante largo rato; pero era el azor. El azor estaba sobre nuestro escondite, una elevada visera rocosa que le proporcionaba un mirador inmejorable. 
Ése fue el momento clave de la foto mientras la rapaz oteaba y esperaba estoicamente la ocasión de sorprender algún ave despistada en el bebedero. Curiosamente, la semana anterior nos salió un águila real joven que se arreglaba el plumaje en la orilla después de un placentero baño, y, segundos más tarde, salió un búho real. El búho real estaba oculto en un ajustado escondite de rocas apiladas que construyó Fernando para tomar fotos bien oculto. Queda claro que, la intimidad del águila real durante su baño fue seguida con reservas por su antagonista el búho real. Son potenciales enemigos y en este caso, afortunadamente, no ocurrió nada. 

Ejemplar adulto. 

Pero volvamos al azor, rapaz noble en el arte de la cetrería y muy preciada desde tiempo inmemorial por el capricho y pasión de la realeza en el medievo occidental. Una cultura cuyo origen y elaboración procedía de Oriente. Fue esta rapaz, uno de sus pasatiempos favoritos de caza por su distinguida versatilidad, evidentemente de corte nobiliario, por lo tanto, fuera del alcance de la clase humilde. 
Los azores fueron las aves más fácilmente domesticables, y de ellos, decía el canciller Pero López de Ayala en su tratado sobre cetrería (el más famoso y difundido escrito a partir de 1385) lo siguiente: “Los señores precian en mucho los azores buenos, porque son hermosos y de buen donaire y toman ante ellos las presas.” Existen ahora demostraciones de cetreros que brindan a cierto público un abanico de posibilidades contratándose sus servicios. Ofrecen lances de rapaces, entre ellos, el del magistral azor como atracción ornitológica para apasionados de las rapaces, y también, de la fotografía de acción.

 
Paloma torcaz (Columba palumbus). Correlativamente, la paloma torcaz corresponde como presa ideal al azor y, la paloma bravía al halcón peregrino.

 
Desplumadero de azor bajo el ramaje de un sauce en la orilla de un río encajonado por roquedos. La presa es una paloma torcaz. 

Pero no hay nada mejor que seguir pacientemente a esta rapaz en su medio natural, no desdeñando los datos que otros observadores nos puedan aportar sobre su conducta. El resto, deberemos seguirlo con nuestra atenta mirada estimando nuestras propias conclusiones, que es como mejor comprenderemos su manera de actuar. El azor puede utilizar una rama dominante para avistar a las presas más próximas y atacarlas con un vuelo corto y preciso; puede también, surgir del interior de la fronda del bosque y atrapar a favor del ángulo muerto de visión a cualquier ave apropiada; y además, prospectar con velocidad creciente surgiendo de improviso entre las copas de los árboles, matorrales bajos, ribazos o cortaduras rocosas etc. y sorprender a una circunstancial víctima desprevenida en ese crítico momento. 
En las numerosas observaciones de esta rapaz, he comprobado cómo en ocasiones seguía de cerca a posibles presas; palomas bravías o torcaces. Lo hacía en línea horizontal, evaluando las posibilidades de captura. Del mismo modo, lo hizo un joven azor con un pito real. Recuerdo que me llamó mucho la atención el estridente relincho de este pícido verdoso. El azor iba detrás pero, no parecía tener claro que un ave que vuela ligera entre el ramaje de una tupida chopera sincronizando su audible reclamo fuera una víctima fácil. La joven rapaz abandonó su cometido, posiblemente, dada la escasa rentabilidad de éxito en una persecución demasiado prolongada. Extraer estas escenas del corazón de la naturaleza, invitan a uno a reflexionar profundamente sobre la fragilidad de los seres vivos y de la importancia de esta trama de la vida y su equilibrio. 



Contra un bando de palomas bravías

A continuación, os dejo una observación estremecedora de hace varios años pero, de actual vigencia. Toda una cruda secuencia de lucha por sobrevivir.
 
Un joven azor, lleva volando desde el punto de la mañana. Lo hace de un lado a otro de los cortados rocosos del pantano del río Huerva. El bando de palomas bravías vuela delante de él, debido a su alarmante presencia. Llega de nuevo al monumental coloso pétreo que, más bien, parece un gigantesco bloque de viviendas por la gran cantidad de aves que en él habitan. Sobre este determinado cortado, hace gala el accipitrido de su asombroso dominio en el aire al realizar innumerables acrobacias entre la superficie arbustiva. Va y viene, sumándose a cada desplazamiento, la desesperación. La insistencia de regresar al cortado le aporta problemas, pues cuando aparece, salen todas las aves en estampida; ya sean palomas, estorninos, grajillas, vencejos reales etc. 

El azor prospecta revisando palmo a palmo el perfil superior, tratando de sorprender a algún despistado pájaro que solvente su problema nutricional. Ante la expectativa presente, decido tomar asiento junto al tronco de un frondoso sauce frente al farallón calizo. Me distraigo observando al gran bando de palomas bravías acompañadas de individuos domésticos y alguna grajilla. Y, son décimas de segundo lo que tarda en estallar el bando, atronando con sus alas batientes el espacio arrinconado del paraje. Es el azor, perdido en un mar de alas agitadas por doquier que buscan desesperadamente una salida al laberinto de este súbito caos. 
Cuando quiero darme cuenta, abrumado por el desorden, ya hay una bravía rasgando el aire con su potente vuelo batido. Ha escogido fortuitamente la peor opción, que es a su vez, la galería adecuada para el azor. Pero no parece que la rapaz haya detectado algún problema físico en el colúmbido, si no que en el picado, la inercia, ha favorecido este emparejamiento. Ha sido en este caso, el azar. 
Durante el dramático descenso, tengo a las aves en el encuadre de mis prismáticos, vuelan directas hacia mi posición. En la tremenda persecución, la acción es velocidad pura acompañada de las más dispares acrobacias aéreas. La paloma bravía tiene a su enemigo totalmente pegado tras su esquivo vuelo. 
Fuerza contra precisión. La mirada del hambre, contra la mirada desesperada por la vida; la mirada del terror. El azor recorta los ángulos dejados por la paloma, atajándolos mediante su sobrada maniobrabilidad y estirando las garras cuando lo cree oportuno. El joven azor, poco curtido en la caza, obedece al despliegue de posibilidades que le brinda su instinto cazador. La paloma, con sus afiladas alas y potentes músculos pectorales, corta el aire burlando con su velocidad los prodigiosos giros de su perseguidor. 
La cercanía del suelo como la meta en una carrera, esta vez por la vida, hace romper con un estridente zumbido el silencio y la trayectoria suicida de estos audaces voladores, dividiéndose frente a mí cuando en los prismáticos el enfoque ya es imposible. Desde mi observatorio a escasos metros escucho el fatigoso jadeo de la brava paloma mientras respira aliviada en una rama, ahora, aferrada a la vida. Por hoy, resuelve un enorme problema. El azor, continúa buscando solución al suyo.

lunes, 17 de octubre de 2011

Quedan los pájaros pero, el pastor ya se fue...


La hierba ya no acaba en el aparato digestivo de las reses, ahora, delimita el espacio de cada losa pétrea.

Aparqué cerca de una construcción parcialmente desmoronada, lejos de la urbe y en compañía de algún pajarillo que rompía con su reclamo el silencio reinante. Sólo estaban ellos; gorrión común, gorrión chillón, estornino negro, cogujada común y el eterno colirrojo tizón, todos indistintamente ubicados sobre el tejado. En el interior del corral no balaban las ovejas, ni siquiera tintineaban sus cencerros por el monte de escarpadas laderas. No había nada más que lo habitualmente campestre con bastante soledad.


Colirrojo tizón (Phoenicurus ochuros)



Me sedujo el entramado sencillo de las viejas tejas formando un tejido impermeable de gran belleza, reconozco que fue entonces, cuando me dejé llevar por la nostalgia. Recordé aquellas temibles tormentas cuyo estruendo se multiplicaba por el efecto cerrado de los murallones de roca caliza, como si reventara el cielo después de cada relámpago. Cuando el agua de lluvia y, sobre todo de granizo, repicaban sobre las tejas de arcilla y oscurecían el paisaje con una violenta cortina traslúcida, la cual, no nos resistíamos a mirar cariacontecidos desde la puerta de casa. En el transcurso del temporal, sobre el polvoriento suelo, el agua embravecida corría calle abajo turbia y desesperada.

Me limité a desarchivar más y más recuerdos. La rueda ha ido evolucionando y con ella, el resto de inventos capaces de amortiguar el sobreesfuerzo de una humanidad cada vez más acomodada. Al contrario que los animales domésticos, que son ahora, animales de concentración restringida y despiadada.


Los caminos ahora, pasan de largo ante los corrales desplomados presa del abandono.

Bajo los tejados y al abrigo casero, la ramulla repleta de hojas secas de tamara o chaparro como llamaban mis mayores a la leña de encina, alimentaba la lumbre y provocaba un fuego emergente, crepitante y violento, capaz de despacharnos uno a uno del humilde banco frente al hogar. Y, su haz luminoso, anulaba la triste luz amarillenta de la vieja bombilla de 40 w.
Aquel caldero de cobre ennegrecido sobre el fuego repleto de patatas tocineras girando al son del agua hirviendo, los candiles humeantes durante los apagones eléctricos, el relincho del mulo desde la oscura cuadra dentro de casa, las manzanas extendidas en el granero, los colchones de lana...Tantas y tantas cosas abordaron mi memoria que, ya no quería moverme del lugar.
Fueron tiempos en los que la gente del campo olía a una extraña mezcla de humo del hogar y plantas aromáticas del monte. Tiempos en los que las cabras llegaban del páramo apacentadas hasta la entrada del pueblo con el pastor, y éstas, se distribuían solas esperando en la puerta de sus respectivos corrales muy obedientes aguardando su encierro. Era gracioso verlas dada su espontaneidad.

Ahora muchas puertas están abiertas, desiertas, pero nadie al otro lado para conversar, para ofrecer entre cordialidad un poco de lo poco que entonces había en cada casa. Creo que el progreso lleva una velocidad endiablada, de vértigo, tan rápida que no puedo adaptarme adecuadamente sin sufrir sus nefastas consecuencias.


Fachada levantada con fragmentos de toba, material ligero pero de gran resistencia y transpiración.


La luz exterior penetra en un mundo ya vacío.


Al paso de estos carros de madera tirados por mulos solían rechinar las piedras, que se resquebrajaban bajo su peso y la dureza del aro metálico que revestía las gigantescas ruedas.


Cogujada común (Galerida cristata)


Gorrión común (Passer domesticus)


Gorrión chillón (Petronia petronia)


Estornino negro (Esturnus unicolor)


El colirrojo tizón como el resto de pájaros urbanos, eran copropietarios de mi casa paterna. Todavía hoy, afortunadamente, algunos siguen siéndolo.


Qué era entonces para los niños de campo el águila real (Aquila chrysaetos). El águila como contaban los pastores, era una alimaña a la que no podías perder de vista ni un momento si no querías perder algún cordero.


Todas estas imágenes actualmente son una exhalación del pasado, cada vez en más lugares de la península.

miércoles, 12 de octubre de 2011

El increíble apuro de un avión común.


Escenificación pictórica de un grupo de aviones comunes en vuelo. La imagen corresponde a una de las puertas de los armarios existentes a lo largo del pasillo hacia La Capilla Sixtina en el Museo del Vaticano.

Hice el servicio militar hace unos cuantos años, cuando era obligatorio, en Hoyo de Manzanares. Un pueblo situado muy cerca de la Sierra de Guadarrama. El tiempo que allí estuve, no lo dediqué a romperme la cabeza, sino a disfrutar del paisaje portentoso de este lugar. Sus pinares de silvestre, robledales, encinares en su cota más baja y, arbustos de alta montaña y pastizales en su zona más alta conformaban mi nuevo mundo durante un año por delante. Todo un mural acogedor de pura naturaleza. Ya en la primera guardia nocturna en el almacén de armamento, recuerdo la presencia de un enorme pastor alemán al otro lado de las vallas, sí, enorme. Las ondas sonoras de los ladridos impactaban contra mi pecho por su voz grave y audible, por no hablar además, de su aserrada dentadura.-Yo no voy a entrar ahí, le dije al cabo primero. El me contestó que no pasaba nada, que el perro estaba acostumbrado a los uniformes. Me introduje con muchos peros, y, en efecto, el cabo tenía razón; en un descuido, el perro puso sus manazas sobre mis hombros y me dio un lametón en el que agradecí por cierto, que estuviera de mi parte. Pasé muchas guardias sobre la nieve de aquel gélido invierno corriendo de un lado a otro en compañía del perro. Todo era por entrar en calor físico, el amable, ya me lo daba él todos los días.


Imagen: Wikimedia Commons.

No voy a extenderme más con el gran compañero canino. Destacaré por otra parte, la gran oportunidad brindada gracias a las horas de guardia, dedicadas entre otras cosas a observar los aleros de los edificios del cuartel, que ya en el mes de marzo se llenaban de aviones comunes (Delichon urbica). Ellos ocupaban también mis ratos libres. El avión común es un excelente volador. Explota para alimentarse el estrato aéreo superior al de la golondrina común (Hirundo rustica) e inferior al del vencejo común (Apus apus). Es en el aire donde se alimentan capturando con gran precisión todo tipo de minúsculos insectos voladores. Sus nidos son construcciones sólidas y, precisamente, fueron ésas construcciones las que alertaron mi atención cuando observé la desesperación de los aviones frente al oportunismo de los gorriones (Passer domesticus) que buscaban alojamiento sin esfuerzo constructor.


Imagen: Wikimedia Commons.

Terminar un nido nuevo les puede costar aproximadamente una semana, y menos tiempo, a los afortunados que han tenido la suerte de tener escasos desperfectos. A contrarreloj, trataban los aviones de finalizar los habitáculos de barro donde anidar, cerrando ajustadamente la entrada para impedir a los gorriones, más corpulentos, el acceso fácil al interior. Alguna pareja de estos hirundínidos atareados en el remate del nido eran despojados de él cuando éste tenía la abertura adecuada para el cuerpo de los gorriones. Había gorriones decididos a quedarse pese a las protestas de sus dueños, e incluso, a la protesta de la comunidad. No todos soportaban la presión hostigadora de los aviones, más de uno abandonaba.


Imagen: Wikipedia.

Era en otras ocasiones, un exhaustivo ir y venir por parte de aviones y gorriones al mismo nido; los primeros para cerrar la entrada y los otros para rellenarlo de finas hierbas. Si un gorrión conseguía entrar a pesar de la estrechez de la entrada, la incomodidad de esta le inhibía tanto que abandonaba la idea. Ésta era la pesadumbre bélica de los aviones contra los gorriones expoliadores de nidos. Si de una oquedad asomaban hierbecillas, era segura la ocupación del nido por parte de los usurpadores. Así pasaba mis días de militar, intentando no perder detalle de toda esta trama tan interesante de la biología del avión común. Después de incubar los cuatro huevos de promedio en los nidos de estas golondrinas y culminar las dos puestas realizadas en muchas parejas por temporada (hasta tres en el sur de la península), los grupos familiares se fueron congregando en el cielo, y los jóvenes, a medida que abandonaban los nidos fueron alimentados en el aire por los adultos.


Imagen: Wikimedia Commons.


Imagen: Wikimedia Commons.

Mas tarde, con el paso de las semanas, fueron alineándose a lo largo de los cables de luz día tras día. Ya en octubre, acentuándoseles más si cabe el ardor migrador, su nerviosismo se dejaba notar. No podía saber, sólo sospechar, cuándo emprenderían la marcha hacia sus cuarteles africanos de invernada. Sólo podía apreciar que sus reservas de grasa para el viaje estaban prácticamente colmadas. Que su tejido adiposo estaba rebosante para proporcionarles ése depósito de reservas con que afrontar el duro viaje. Dice Wolfgang Goymann del Instituto Max Planck de Ornitología (Alemania) sobre las currucas mosquiteras más gordas, “que son capaces de hacer paradas más cortas para recuperar las grasas perdidas durante el viaje anual hacia sus lugares de nidada. Esto proporciona notables ventajas en el caso de no hallar suficiente alimento para recuperar el nivel óptimo de reservas en la siguiente escala”. Las que vienen más justas de grasas, pueden sucumbir intentando proseguir el viaje o, carecer de fuerza necesaria para esquivar con soltura a sus depredadores. Tras haber visto las cadenas de aviones abarrotando los cables, no fue hasta la mañana siguiente cuando descubrí que éstos y el cielo estaban ya totalmente vacíos.


Imagen: Wikipedia.

Diez años después, trabajando para una empresa de pintura, enmudecí ante un hecho anecdótico sin precedentes. Fue bajo un edificio de ocho plantas, pintado en su parte superior cuyos andamios ya se desmontaron hasta la segunda planta. Había una parcela abandonada que fue utilizada en su día como gallinero, con unas conejeras de obra en el costado del edificio. Se accedía a la fachada por las escaleras verticales de los cuerpos del andamiaje, coincidiendo en la travesía con un nido de avión común adherido al alero del conejar a unos tres metros de altura. Un único pollo moraba su interior, asustado seguramente por mi presencia repentina al trepar por el andamio. Advertidas mis molestias por el pollo, accedí por la otra escalera del andamio dos metros más apartada. Una nube establecida de alborotadores aviones sobrevolaba el lugar y parecían visitar repetidamente al único ejemplar que aún quedaba en el nido. El cambio de material para reparar la fachada me obligaría a subir y bajar repetidas veces, y el ave, no cesaba de forcejear. Jamás vi un grado tan alto de desesperación. No era normal la escena, lo digo porque el joven avión, pese a la distancia de mi persona, arremetía contra el hueco de salida preso de su impotencia.


Imagen: Carlos García. Rincón de la Victoria (Málaga) Vía: www.fotodigiscoping.info

La tercera vez me detuve mirándolo fijamente, desazonado. Sospechaba que algo no funcionaba correctamente en la conducta del pájaro, tal vez alguna irregularidad en su sistema nervioso o, porque no, la imposibilidad de salir del nido por el perímetro tan ceñido de la entrada. Decidí acercarme para comprobarlo de una vez, y evitarle de algún modo, aquella angustia tan exasperada. Frente a él, contemplé cómo se golpeaba una y otra vez contra los bordes de la entrada, muy estresado, intentando abrirse camino. Tenía como los piquituertos las mandíbulas cruzadas, desajustadas y manchadas de barro seco al golpearlo. Tiré presionando con los dedos de un fragmento del nido, y por fin, el ave salió impulsada a gran velocidad, se posó en el solarete de un balcón y desapareció. Minutos después, todos los aviones de la colonia desaparecieron con él. Recordando retrospectivamente las colonias de Hoyo de Manzanares, reconocí la coincidencia de dos factores incompatibles; el excesivo ajuste de la entrada para evitar el abordaje de los gorriones al habitáculo de barro, y la necesidad de acumular grasas antes de abandonarlo. Cuando un joven avión abandona el nido es capaz de volar sin aparente problema. La dificultad de nuestro protagonista fue, entre otras cosas, la pereza para abandonar el cómodo reducto atendido por los progenitores. En muchas especies, los adultos incitan a sus pollos a abandonar el nido portando presas con objeto de estimularlos para concluir su estancia en el mismo, o también, espaciando las cebas.

domingo, 2 de octubre de 2011

Grajilla (Corvus monedula): cultura aprendida



Los córvidos dentro del orden de los paseriformes, incluyen a varias especies nidificantes en la península ibérica: cuervo (Corvus corax), corneja negra (Corvus corone c.), graja (Corvus frugilegus), urraca (Pica pica), chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) y piquigualda (Pyrrhocorax graculus), rabilargo (Cyanopica cyanus), arrendajo (Garrulus glandarius) y grajilla (Corvus monedula). Estas aves, están representadas en un total de 120 especies distribuidas por todo el mundo. Todas ellas destacan por su gran capacidad oportunista e inteligente, facultándolas para ocupar todo tipo de hábitats con un éxito sorprendente. Siempre tendré en mi memoria a estos córvidos como seres increíbles gracias a su gran riqueza gestual, propia de la cultura adquirida en sus comunidades fuertemente cohesionadas.

Recuerdo desde siempre en las grajillas, sus escandalosas manifestaciones de alarma. Alertaban al resto de aves y se cebaban conmigo tratándome como a un depredador más mientras intentaba observar cernícalos, mochuelos y demás pajarillos de los taludes. Volaban sobre mi cabeza, hostigándome alarmadas al caminar cerca de su zona de nidificación en las terreras. Otras veces, bastaba encontrar un grupo reposando en algún árbol, acercarme unos pasos para contemplarlo y, la más atenta, graznaba con una voz áspera y chirriante que alertaba a las demás. A continuación, tras captar todas el aviso de peligro abandonaban el emplazamiento. El lazo de unidad de todas ellas ante sus posibles y potenciales enemigos era un valor adquirido gracias a la eficaz enseñanza de padres a hijos.

Konrad Lorenz, Premio Nobel de Fisiología y Medicina 1973 y etólogo universal, fue un apasionado y gran estudioso del comportamiento animal. Entre sus laboriosas dedicaciones, logró con la cría en cautividad de ejemplares de grajilla formar una colonia reproductora, y de ella, servirse el autor para sacar a la luz una larga e interesante serie de datos curiosos e importantes sobre la psicología de esta especie gregaria. Cuenta Lorenz que, los jóvenes de grajilla carecen de la base innata para reconocer a cada uno de sus enemigos naturales. Y, gracias a una elaborada conducta de atención y aprendizaje recibido activamente de los adultos mediante sus enérgicos gritos de alarma, imprimen en la tierna memoria juvenil importantes y vitales pasos preventivos para evitar y anticiparse al amplio abanico de predadores. Así también, cuando un congénere es capturado por un ave de presa, se congregan estas negras aves graznando sin cesar en torno a ella, con objeto de incomodarla, de hacerle ver que la captura de uno de sus miembros no va a ser en vano. Va a suponerle un incordio tan insoportable que no lo inolvidará o, lo pensará dos veces cuando se le presente otra ocasión. Esta conducta de emitir voces ásperas y escandalosas es extraordinariamente contagiosa entre los córvidos frente a sus captores. Está claro que les resulta rentable y, posee un incuestionable valor para mantener la especie.


El joven, en la izquierda, siempre está atento a las maniobras del progenitor. Los jóvenes permanecen en el grupo familiar durante un año en el que son educados convenientemente. Sus mejillas y nuca no tienen el llamativo gris plateado de los adultos. Son reproductores al segundo otoño.



Apunte de campo: 7- 2 -2010

Una blanquecina capa de escarcha cubre los campos de alfalfa ya cortados. Tienen estos, altos aspersores de casi dos metros de altura, y están ocupados a modo de atalayas por ratoneros (Buteo buteo), aguiluchos laguneros (Circus aeruginosus), cernícalos (Falco tinnunculus) y alguna garza real ( Ardea cinerea). El objetivo de estas aves es, indudablemente, la captura de topillos y otros micromamíferos. En unos pequeños cortados de arenisca, las grajillas ya se interesan por los nidos, ocupándolos para adecentarlos reparando los desperfectos. Vuelan de un lado a otro pero, ya no les presto atención.
Sigo observando el bullicio de las aves en un día soleado muy agradable. Es así hasta que escucho un desgarrador graznido de grajilla procedente de un viejo chopo semiseco y deshojado, un graznido que, como el fuego, se expande al resto del bando. Hago uso de los prismáticos con la idea de encontrarme a uno de estos córvidos en las garras de un azor (Accipiter gentilis). Me acerco más, por que no distingo a ningún azor y, repito la operación hasta que me siento. No hay ningún azor en el escenario y el griterío es infernal ¿Qué ocurre? No logro entenderlo por más que observo detenidamente. Parece que gritan alrededor de un congénere, quizá sea de otra especie o haya trifulca entre ellos…no sé, la curiosidad me está matando. Es cuando se mueven algunos ejemplares dejando un especio visible, el momento en el que distingo a una grajilla con un ala trabada en una gran rama caída sobre otra. El ave no sé como ha logrado acuñar su ala entre la cruceta de ramas pero, no cesa de gritar desesperada, y las demás, aunque no entienden quizá porqué gritan, se ven poseídas por esa voz solidaria aprendida de sus progenitores por imitación. Personalmente, no puedo hacer nada, si me acercara más, provocaría el pánico en la infortunada grajilla y podría romperse el ala al forcejear. Así que, espero pacientemente. El bando la acompaña en todo momento, y por fin, logra zafarse de la mal caída rama, entonces, abandonan todas juntas el chopo desmochado.

Entiendo cuando dice el genial etólogo Konrad Lorenz: “Resulta difícil imaginar qué tipo especial de vivencia experimentan, y que va asociada, sin duda, a una actividad instintiva que ha dejado una emoción profunda. Nuestros afectos –ira, odio, miedo- sólo se pueden comparar de una manera relativa con los correspondientes o análogos de los animales. No sabemos lo que experimenta la grajilla, pero no cabe duda de que esta vivencia es algo específico, con una enorme carga emocional. Esta ardiente emoción se graba en la memoria del animal, de manera increíblemente rápida”.

La voz de alarma heredada desde generaciones por aprendizaje, tiene una impronta tan indeleble que, como podemos apreciar por el contagio de sus voces, llega más allá del claro ejemplo de hostigamiento hacia sus enemigos, pudiéndose interpretar también como de apoyo o de ánimo en momentos de peligro de cualquier índole.


La chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) izquierda, y la grajilla (Corvus monedula) derecha, son muy diferentes en aspecto y morfología, sin embargo, comparten la misma inclinación insectívora y la de utilizar oquedades de cortados rocosos, terreras e interiores de casas abandonadas. La chova es más habitual ocupando roquedos fluviales y la grajilla taludes esteparios. Sus reclamos tienen un apreciable parecido, siendo el tono más agudo en las chovas y, más grave en las grajillas.


Una mirada incisiva a través de unos ojos tan llamativos, advierten de la presencia de un posible enemigo (imagen izquierda); seguidamente el córvido, pegando las plumas al cuerpo, se agacha levemente y comienza a emitir un graznido áspero, sonoro, molesto y de larga duración. Entonces toda la vida alrededor, además del grupo, se pone en guardia.